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El Muni

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La Universidad o el campo de refugiados: una historia triste y tal vez esperanzadora a la vez.

Publicado por Bokung Ondo Akum in Africa-dictatorial

 

Mohamed Hussein, segunda generación de desplazados en Dadaab, aspira a estudiar Periodismo en Canadá. "Estoy escribiendo un libro de ficción sobre Dadaab; quiero ser como García Márquez", anuncia Mohamed.

 

 

Mohamed Hussein junto a su madre, en la tienda en la que viven en Dadaab. Foto Cedida por el mismo Mohammed Hussein.

 

 

"En Dadaab hay dos tipos de jóvenes, los que van a la escuela y los que mastican khat. Es fácil caer en las drogas porque la gente no tiene un trabajo que llene su tiempo", comenta el somalí Mohamed Hussein, de 19 años y residente en Ifo, uno de los cinco campos de refugiados que integran el complejo de Dadaab, en Kenia.

 

Mohamed nació en Dadaab, donde ha transcurrido toda su vida, pero aspira a estudiar Periodismo en una universidad canadiense si consigue una beca. Ya ha hecho sus pinitos publicando artículos en periódicos de Kenia, está escribiendo un libro y es muy activo en las redes sociales. Una rara avis en un entorno muy poco estimulante, mísero y del que es demasiado difícil salir.

Debido a la falta de fondos, la ONU también ha tenido que reducir a la mitad las raciones de comida a las 358.101 personas instaladas en Dadaab, el enclave del mundo que acoge a más refugiados. Los padres de Mohamed llegaron a Ifo en 1991, el año que se pusieron en marcha estos campamentos para acoger a las personas que huían de la guerra civil en la vecina Somalia.

 

Y 23 años después siguen allí. "Mis padres no regresarán a Somalia hasta que haya un gobierno estable que les pueda asegurar su seguridad", añade Mohamed en una entrevista.

 

Su hermana mayor, junto con su marido, es la única de la familia que se ha beneficiado de un programa de reasentamiento en Seattle, EE.UU., . "Los dos pequeños siguen en la escuela y otro hermano, mayor que yo, ha arruinado su futuro, está en el mundo de las drogas, el khat y todo eso...", cuenta Mohamed.

 

El khat es una droga habitual en África oriental y el sur de Arabia. Las hojas del arbusto del mismo nombre se mastican para que liberen sustancias químicas estimulantes.

Mohamed, que presume de ser el primero de la familia que ha acabado el bachillerato, habla correctamente el inglés, además de suajili y somalí, su lengua materna. El nivel educativo es precario en Dadaab; no en vano no hay muchos maestros dispuestos a instalarse en un territorio tan pobre e inseguro.

 

El pasado 29 de noviembre dos hombres irrumpieron en el mercado matando a un policía e hiriendo gravemente a otro.

 

La Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur, indica que de los 179.702 niños entre tres y 17 años que viven en Dadaab sólo el 49% va  al colegio. La escolarización cae en picado en secundaria, apenas el 17% de los niños y el 6% de las niñas en edad de cursar esta etapa lo hacen.

 

"En primaria únicamente el 6% de los profesores están cualificados y en secundaria, el 48%", subraya Acnur en un informe.

 

"Me gustaría ir a la Universidad para estudiar Periodismo y Relaciones Internacionales, es mi sueño. Estoy a la espera de los resultados de los exámenes del instituto, que me darán en marzo, para pedir una beca en Canadá. Si no lo consigo, me tendré que quedar en el campo... Un futuro desalentador". Acnur no dispone de cifras pero calcula que menos del 1% de los jóvenes de Dadaab accede a la educación superior.

Mohamed se agarra a la opción de la universidad como a un clavo ardiendo, es un chico ambicioso y sin complejos que proclama que está trabajando en "un libro de ficción sobre Dadaab, posiblemente el primero de este tipo que haya escrito un refugiado. Quiero ser como García Márquez, ya sabes", afirma en un correo electrónico.

 

Cuenta que es un ávido lector -en Dadaab hay cinco bibliotecas- y que algunos periódicos de Kenia han publicado sus artículos. Para demostrar que no es un farol envía enlaces a cuatro de sus reportajes.

 

En From refugee in Dadaab to Engineering Student in Canada, que apareció en The Star, explica la historia de Mohamed Maalim, un somalí de 25 años ex residente de Dadaab que estudia Ingeniería en Toronto.

Mientras espera saber por dónde encauzará su futuro, pasa los días en Dadaab ayudando a sus padres en las tareas domésticas, yendo a buscar agua y leyendo, su gran afición. "No nos está permitido salir del campamento excepto por temas de salud o de educación. Yo he sido afortunado pues al ser un periodista free lance he estado de becario en periódicos de Nairobi", añade.

Su familia subsiste gracias al dinero que le manda su hermana desde Seattle y a la escasa comida que les suministra Acnur. La coincidencia de varias emergencias, las guerras en Siria, Sudán del Sur, RCA..., está provocando que los recursos destinados a los refugiados hayan menguado.

De los 51 millones de personas desplazadas forzosamente en todo el mundo, 16,7 millones son refugiados. Cerca de doce millones están bajo mandato de Acnur, de los cuales un 38% vive en campamentos.

 

Kenia acoge a 427.550 refugiados, la mayoría, 358.100 (el 95,4% somalíes), viven en Dadaab. Este diciembre ha empezado un plan piloto que se prolongará durante seis meses para apoyar el retorno voluntario a Somalia de un total de 10.000 habitantes de Dadaab.

Mohamed forma parte de la segunda generación de refugiados de Dadaab, aunque según precisa Silja Ostermann, responsable de Relaciones Externas de Acnur en este complejo, "algunas de las personas que vinieron aquí son ahora abuelos de niños nacidos en los campos, ya son la tercera generación. Ni estos pequeños ni sus padres han estado nunca en Somalia".

 

La otra alternativa, muy remota, es el reasentamiento de los más vulnerables en terceros países, como Estados Unidos, Canadá, Suecia, Noruega...

Mientras, malviven en tierra de nadie, cobijados eternamente en tiendas de campaña y dependiendo de la ayuda exterior para poder comer. Mohamed sueña con cambiar su destino.


 
 
Fuente: LV
 
 
El Muni
Las tiendas en las que viven durante años los refugiados; en la foto, una ampliación del campo de Ifo, en el complejo de Dadaab. Brendan Bannon | ACNUR
Las tiendas en las que viven durante años los refugiados; en la foto, una ampliación del campo de Ifo, en el complejo de Dadaab. Brendan Bannon | ACNUR

Las tiendas en las que viven durante años los refugiados; en la foto, una ampliación del campo de Ifo, en el complejo de Dadaab. Brendan Bannon | ACNUR