Tengan en cuenta que este estudio queda delimitado dentro de la cultura monógama occidental.
El número de parejas sexuales establecido en este estudio como estándar no refleja la realidad sexual ni de las mujeres ni de los hombres; solo se ha fija porque criterios sociales y psicológicos; sería el número de amantes sexual socialmente aceptable: ni frío ni caliente.
Todavía hoy, a la mujer se le critica su 'vida alegre' y el hombre se desgañita narrando proezas. 5, 15... ¡100! ¿Cuántas parejas sexuales son suficientes para que nuestro ego no se sienta agraviado y cuántas nos harían ya sospechosos de promiscuidad?
Por nostalgia, curiosidad o simple entretenimiento, a casi todo el mundo le da por hacer recuento de parejas en algún momento de su vida y tira de su agenda, lo comparta o no.
Ellos terminan rápido. Calculan 'grosso' modo, sin entrar en pormenores y con cierta tendencia a la inflación, según el psicólogo Norman R. Brown, investigador de la Universidad de Michigan.
Ellas ponen nombre y se detienen en el detalle: aquel amor de verano, el vecino seductor, el compañero de oficina, el desliz del despecho... Así hasta contar un promedio de 8,6, según los datos que maneja Brown. Y 31,9 en el caso de los hombres.
Las estadísticas varían según quien pregunte. En todo caso, nos encanta conocer los promedios y comprobar si el nuestro se queda chico o los sobrepasó. El portal de citas eHarmony indagó entre sus usuarios británicos.
Las mujeres confesaron una media de 7; los hombres, 10. A unos y a otras les vino además el recuerdo de unas 4 citas horrorosas, de esas que preferían dejar en el olvido. La mayoría dijo que se había enamorado un par de veces en su vida y otras tantas le habían roto el corazón.
Pero si nos basamos en los datos del Instituto Kinsey, los hombres entre 30 y 44 años acumulan un promedio de 6 a 8 parejas. Las mujeres se quedan en 4, una cantidad lejana a esa veintena de parejas sexuales que toda mujer debería tener antes de su matrimonio, según Karyn Bosnak, la autora americana que inspiró la comedia 'Dime con cuántos'.
El último estudio realizado por la Sociedad Europea de Ginecología, con 9.600 mujeres entre los 16 y 45 años, concluyó que la media de parejas sexuales de una mujer europea es de 10. Los hombres rebasarían la treintena.
A la vista de los resultados tan desiguales, la pregunta final debería ser: ¿No quedará extraviado algún amante en el recuento por aquello de querer salvar nuestra reputación sexual?
El psicólogo Miguel Ángel Cueto, director del centro CEPTECO, nos da algunas claves para enfrentarnos a nuestra lista de viejos amores sin que salten las alarmas, ni la de la decepción ni la de la vergüenza.
- El cambio de pareja depende de la etapa vital en la que nos encontremos. El entorno puede ser más fuerte que la personalidad, si bien esta juega un papel determinante durante toda nuestra vida.
- Aunque se han hecho avances, todavía se mide de modo diferente la actitud de hombres y mujeres.
- Toda conducta condicionada por cierta represión, por el qué dirán, puede acabar provocando un profundo malestar que condicionará nuestra futura vida sexual.
- Es difícil fijar un número ideal si tenemos en cuenta que, aunque nuestra cultura tiende a la monogamia sucesiva, empiezan a emerger otro tipo de relaciones: 'poliamor', relación libre, amigos con derecho a roce, parejas que viven separadas, etc.
- El cambio de pareja no tiene por qué ser perjudicial. Hay personas que necesitan probar constantemente nuevas experiencias. Para ellas sería más frustrante una sola relación estable que no le aporte lo que cree que necesita.
- ¿Es más estable o más fiable una persona que tiende a pocas relaciones de pareja? ¿Por qué no pensar que quizás es más dependiente y tiene miedo al abandono?
- Aunque sería complicado hablar de conductas patológicas, solo empieza a considerarse preocupante cuando una persona es incapaz de mantener un vínculo afectivo con alguien o cambia de pareja por una compulsión patológica, como quienes me sé.
Una reciente encuesta determina que 10 es una cifra redonda para contar con la experiencia necesaria y mantener, al mismo tiempo, la buena reputación.
No he incluido a mujeres porque no hay números redondos. Ni siquiera Joan Collins, una de las más fervientes partidarias de los beneficios del sexo, da muchas cifras en su biografía y no la culpo.
En pleno siglo XXI, no he visto todavía a una madre o a un padre alardeando de las muchas conquistas de su hija, aunque sí a muchos haciendo lo propio con el chico, un “picha brava” que ha salido a su papá.
No puedo evitar hacer un paralelismo entre la conveniencia de mostrar u ocultar el pasado sexual a la hora de querer iniciar una nueva relación, con el hecho de redactar el curriculum para buscar empleo o enfrentarse a una entrevista de trabajo. En ambos casos se pide un imposible, es decir, ser un buen amante, sin haberse acostado con mucha gente.
Lo que traducido al mundo laboral significa tener gran experiencia sin haber cumplido demasiados años. Algo que se acerca al concepto de ciencia infusa.
En el caso de España, esto es especialmente sangrante y hace que la vida activa se reduzca a muy pocos años –primero no te cogen porque no tienes experiencia y luego te echan porque eres demasiado mayor–. Tenemos pues gente, sobre todo políticos, que inflan sus curriculums con falsas licenciaturas y, por otro lado, ciudadanos de a pie que eliminan carreras de su historial para borrar sospechas y hacerse con un trabajo que pague las facturas.
Hay hombres y mujeres que añaden algo de literatura a su breve pasado erótico, para parecer más interesantes; y otros que, para no aburrir o provocar el pánico, elaboran una selección, como las de Reader’s Digest, centrándose en los momentos cumbres y glamurosos de su vida entre las sábanas.
Por supuesto que la edad es un factor determinante a la hora de contar con más o menos ex, aunque en cuestión de sexo, la línea parejas-tiempo no siempre es ascendente. Como tampoco hay que dar por supuesto que a más relaciones, más experiencia.
Es como los viajes, se puede recorrer el mundo y volver con la misma concepción de las cosas y la vida, en el desgraciado caso de que uno tenga un cerebro no demasiado poroso.
Existe también la tendencia a pensar que una persona que ha tenido muchos amantes pierde la frescura, la ilusión y la capacidad de experimentar la pasión y el sexo como es debido. ¿Es entonces el amor a second hand emotion, como decía Tina Turner?
Según Iván Rotella, sexólogo, director de Astursex, un centro de atención sexológica en Avilés, y miembro de La Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS), “el proceso de enamoramiento es el mismo la primera vez que la número cien, lo que cambia es como la persona se relaciona con la nueva pareja, porque si se han tenido previas experiencias, y algunas han acabado mal, se tiende a volverse más intolerante, a pasar menos cosas por alto y a estar excesivamente alerta para evitar caer en los mismos errores.
Esto es muy común, y a veces deriva en el hecho de que la nueva relación pague los platos rotos de la anterior, o se le atribuyan conductas o personalidades que corresponden más a previos sujetos que al que tenemos enfrente.
Hay personas que después de varios fracasos desisten de la idea de buscar o tener pareja, y acaban considerando que todo el mundo es igual. Muy probablemente porque, en el fondo, buscan siempre a la misma persona.
Estas mismas ideas se exportan al plano sexual y al dormitorio. Es muy común que esperemos que la nueva persona que ha entrado en nuestra vida, conozca nuestro cuerpo y nuestros gustos como lo hacía la que durmió 8 años a nuestro lado.
Es probable, también, que nos resistamos a cambiar nuestra rutina erótica y a abandonar los atajos que nos llevan a la satisfacción inmediata para coger caminos desconocidos en los que perderse.
Entonces, de nada vale que nuestro nuevo amante conozca el Kamasutra o las mil maneras de satisfacer a alguien. Hemos contratado a un cerebro de Silicon Valley y lo hemos puesto a coger llamadas de teléfono en la centralita.
Según Rotella, “no hay buenos o malos amantes sino buenas o malas conexiones. Y el hecho de que alguien no funcione bien en la cama con uno/a no descarta que haga saltar las chispas a otro/a.
Lo importante de la pareja es crecer y duplicar las cosas buenas. Una nueva relación debe traer más amigos, más encuentros, más familia, más cosas a experimentar dentro y fuera de la cama. Si lo que hace, en vez de sumar cosas, es restarlas, es la prueba de que no estamos con la persona adecuada”.
Este es el caso de las personas quieren tener aisladas y alejadas a sus parejas de sus amigos y familiares; no se entusiasman por hacer nuevas amistades con su nueva pareja, incluiso evitan que su nueva pareja sea conocida en su entorno familiar, sencillamente porque actún con segundas intenciones y no están pensando en ir hasta las últimas consecuencias con la nueva pareja. Están en un experimento, no en la construcción de una relación duradera.
¿Hay, necesariamente, que pasar por el confesionario?
Ante la idea generalizada de que desnudarse, no solo de cuerpo sino también de alma y pasado, es la base de una buena relación de pareja, Rotella diferencia entre sinceridad y sincericidio. “Mentir a la pareja no trae buenas consecuencias, pero tampoco hay que verse obligado a contarlo todo al precio que sea.
Es totalmente respetable que uno guarde su parcela de privacidad, su jardín secreto, con una excepción: si hay algo que todavía duele hay que compartirlo. Es bueno que la persona que se acerque lo sepa, porque a veces podemos hacer daño, sin querer, para protegernos.
Si no tenemos ninguna herida abierta, no hay porque recrearse en detalles respecto a un maravilloso amante que tuvimos o a una parte de nuestra vida especialmente desenfrenada porque, además, esto puede provocar celos a la larga”.
Fuentes: Marian Benito/elmundo.es; IllicitEncouters.com; elpais.es
Edición: Bk
El Muni