Una gaita gaélica acompañaba el caminar de una dama vestida de blanco en los campos de Escocia; dos jóvenes, al mismo tiempo, buscaban dónde encariñarse a la salida de un bar de copas en Calatayud; la gente se disponía ir a trabajar en Balmaceda, Bilbao cubierta de nieve; me dijiste que eso estaba ocurriendo en el mundo a la misma hora, mientras dos muchachos masai hechos una sola entidad subían hacer el amor en la cima del Kilimanjaro; Barranquilla en escondrijo de dos enamorados después de cien años de soledad…
Todo eso me decías cuando la luna tomaba la curva en su órbita y me sujetaste la barbilla; orientaste tu boca a mi boca y te hundiste en mí. Entonces dijiste que me querías, que me querrás hasta el final de los tiempos. Mientras me ahogabas en candoroso beso, te dije, casi sin aliento, que yo también te quería como a mi vida.
Algún tiempo ha pasado desde entonces, cariño; y solo quería preguntarte si me sigues queriéndo como entonces.
El joven respondió que había aprendido amar por ella, que afrontaba la vida en la ilusión de que estaba con ella; añadió que nada había aprendido hacer en la vida si no hubiera sido pensando en ella…, reconoció que errores como todo ser humano había cometido, pero su prioridad, día y noche, era ella…
Se miraban a los ojos, escrutándose la una al otro con infinita admiración y ternura, cuando la cogió de la mano y tomaron una dirección cuyo destino no tenían pensado en el momento, pero dispuestos a que el mundo rindiera pleistesías a su amor.
Una especie de vendaval surgió de repente del Estuario de El Muni mientras navegaban a remo dirección Cangañe.