- Cien años después del nacimiento del legendario presidente de Sudáfrica, la corrupción, la segregación, la pobreza y la criminalidad empañan su legado.
- Ramaphosa se erige como única esperanza para un partido roto.
El actual presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, durante una Conferencia Nacional del ANC. / REUTERS.- El Muni.
El 14 de febrero 2018, Jacob Zuma cedía a las presiones de su partido y anunciaba su dimisión como presidente de Sudáfrica, en un intento desesperado para salvar al Congreso Nacional Africano (CNA) de un nuevo batacazo político como el ocurrido en las elecciones regionales de 2016.
Le sucedía Cyril Ramaphosa, un hombre de negocios que se había hecho a sí mismo y que parecía la antítesis de su predecesor, condenado por utilizar casi 23 millones de dólares de fondos públicos para realizar varias reformas en su vivienda privada en la región de Nkandla, y acusado de amiguismo y corrupción generalizadas.
El CNA decidía prescindir de Zuma -odiado y amado a partes iguales- y apostaba por la regeneración para contrarrestar el auge de sus dos principales rivales políticos, el líder de la Alianza Democrática (AD), Mmusi Maimane, y del incendiario y populista Julius Malema, que lidera a los Luchadores de la Libertad Económica (EFF por sus siglas en inglés).
Ramaphosa se erigía así como la única esperanza del CNA para recuperar el status de partido único, en el poder desde 1994.
Con la muerte de Mandela a finales de 2013 y la conmemoración de su nacimiento no son pocas las lecturas y balances que se hacen del país tras la caída del apartheid (el nombre con el que se conoce la segregación racial puesta en marcha en Sudáfrica por europeos).
La llegada de Madiba a la presidencia fue un triunfo en el que se habían depositado más esperanzas e ilusiones que realidades fehacientes.
Su lucha culminó en una presidencia merecida, pero para muchos más simbólica que eficiente. Hasta hace poco mancillar el nombre del padre de Sudáfrica con cualquier acritud era tabú, pero la presidencia de Zuma y el declive económico han supuesto que las nuevas generaciones no teman criticar un legado que apenas les ha favorecido.
Si bien muchos critican que Madiba se centró más en la reconciliación social y en impedir un baño de sangre tras el triunfo del CNA, otros sugieren que durante su mandato dejó en manos del poder blanco todo el control económico del país y que hizo la vista gorda cuando sus camaradas empezaron a enriquecerse saqueando al estado.
Sin embargo, a quien deberían dirigirse las primeras críticas sobre la pérdida de rumbo y seguimiento de los valores que le convirtieron en el referente internacional que hoy en día es, a algunos de los miembros más jóvenes de su familia y a los propios miembros del CNA.
|
---|
En diciembre de 2017 la Defensora del Pueblo, Busi Mkhwebane, pidió al gobierno que investigase los gastos ilegales, irregulares o negligentes por valor de 300 millones de rands (más de 18,5 millones de euros), acusando a los organizadores del funeral de Mandela de haberse enriquecido durante la planificación del evento. Y suma y sigue.
El propio Zuma hizo de la corrupción un estilo de vida, nada que no suceda en todos los niveles de la sociedad, comenzando por la propia policía y funcionarios del estado.
El descontento es tal, que una de sus nietas, la enfermera Ndileka Mandela, ha declarado públicamente que no volverá a votar al CNA al sentirse decepcionada por la pérdida de sus valores y por la escasa inversión del estado en la sanidad pública.
El descontento con el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica es tal, que una de sus nietas, la enfermera Ndileka Mandela, ha declarado públicamente que no volverá a votar al CNA al sentirse decepcionada por la pérdida de sus valores y por la escasa inversión del Estado en la sanidad pública.- El Muni.
Otra de las críticas que recibe el legado de Mandela es que Sudáfrica continúa siendo el país del mundo con el mayor número de casos de VIH, que actualmente afecta a 7,1 millones de sudafricanos (un 18,9% de la sociedad).
Y no solo eso, los ex presidentes Thabo Mbeki como Jacob Zuma han realizado campañas nefastas para erradicar la enfermedad, tanto negando la persistencia del virus o menospreciando su la facilidad de transmisión.
Los desafíos pendientes.
Es innegable que Sudáfrica es uno de los países más tolerantes y abiertos del continente y el que tiene las ideas más progresistas.
Diferentes religiones conviven en armonía, el aborto está legalizado y está permitido el matrimonio entre personas del mismo sexo. Además, es uno de los principales motores del continente y de los más ricos junto a Nigeria y Angola.
Sudáfrica es un país industrializado con inversores de todas partes del mundo y con unas infraestructuras dignas de envidiar.
Y es precisamente ese desarrollo y posibilidades de crecimiento lo que ha atraído a diversos inmigrantes de otros países de la región sur, además de nigerianos y somalíes, a emigrar a las principales ciudades como Johannesburgo y Ciudad del Cabo para garantizar a sus familias un porvenir mejor.
La llegada de todos estos inmigrantes, cuya mano de obra es necesaria, ha aumentado la confrontación entre los sudafricanos negros y sus vecinos, a quienes acusan de robarles el empleo además de cometer actos delictivos.
Durante los dos últimos años se han tenido lugar enfrentamientos entre sudafricanos y grupos de nigerianos, somalíes o mozambiqueños que se han saldado con múltiples heridos y una brecha en las relaciones entre Sudáfrica y Nigeria.
La agrupación de la sociedad es otra de las cuestiones que no lograron solventarse durante la era post apartheid. Los barrios continúan segregados entre blancos, mestizos, negros e inmigrantes y el 60% del capital está controlado por el 10% de la población blanca.
Los blancos siguen ocupando los puestos de mayor responsabilidad y cobrando salarios hasta seis veces más elevados que los negros, en su mayoría empleados en el sector servicios y en su mayoría poco participativos en el ocio, disfrutado en su mayoría por blancos, indios y turistas.
La criminalidad sigue siendo un tema preocupante en el país, donde, según fuentes policiales, se sigue cometiendo una media de 50 asesinatos cada día, mientras que organizaciones de mujeres estiman que 3.600 féminas sufren algún tipo de agresión sexual a diario, a pesar de que el gobierno asegura que las violaciones han disminuido un 4,1%.
Ramaphosa ha de convencer a las agencias de calificación y a los inversores extranjeros para fomentar el crecimiento económico y reducir el paro, que actualmente está en el 27% oficial, pero cuyas cifras reales son mayores, además de que necesita abordar con urgencia la desigualdad y la pobreza que crean inestabilidad y alejan la inversión.
Fuente: www.elmundo.es/internacional/; Carolina Valdehíta
Edición: Bk
El Muni