Lo que me costó conquistarla.
Yo, a veces pienso que tal vez alguien lo viera hoy como si hubiéramos nacido unidos.
Recuerdo las cacofonías que irrumpían a mi voz en su presencia, mis silencios en voz alta, el tenerlo todo pensado, todo en mente y no poder ser convincente.
Recuerdo el sudor empapando mis sobacos, brotando de mi frente, corriendo por mi espalda; ¿cómo se tomaría que yo pidiera acompañarla hasta su casa?
Me estaba ardiendo en ganas por cogerla de la mano: su sonrisa, sus andares de colegiala; esa mirada con sus ojazos color tanganika..., ¿qué daría yo a los dioses por posar mis labios sobre sus labios?
¿Cuál era mi margen de movimiento? Una chica tan requerida, en realidad, ¿qué pintaba yo interrupiendo las cónclaves con sus amigas? ¿No será que en el fondo se burlaba de mí?
¿Cuáles eran mis puntos de referencia para dar cuenta del tiempo que llevaba tras ella?
Es curioso. Ni galanes ni seductores; ni donjuanes ni conquistadores; ningún hombre gana el amor de una mujer mientras ella no te dé un margen de movimiento.
Estaba yo viviendo en un mundo onírico, más allá de cualquier realidad; a punto estaba yo del colapso de mis atormentadas emociones, desesperado, cuando un día, me invitó a un helado. ¿Qué había hecho yo para merecer aquél helado?
De un momento al otro, las distancias entre la muchacha y yo habían desaparecido; fui mejorando en la comunicación. Aprendí de ella lo que un enamorado podía aprender de una mujer.
Ya no era yo aquel chico que tanto le costara hablar; la confianza, de alguna manera me había surgido de algún lugar remoto. Creo que empezaba a sentir formar parte de una entidad sublime.
Ya tenía ella la predisposición de quedar a solas conmigo. Su mano, ya la tenía a mi alcance. Mi mirada dejó de ser huidiza; a pesar de mis miedos por cómo manejar mi nueva situación, quiero decir, nuestra situación.
Ella me integró de entre los suyos. Tuve mucha precaución al respecto, no quería dejar de ser de donde venía.
La mujer que tenía reparos porque la besara en público, a su cumpleaños me invitó, y no tuvo reparos en presentarme su familia.
Fue cuando me dijo que era de Bata. Entonces me derrumbé en sus brazos. La chica tuvo que hacer esfuerzos por mantener el equlibrio. Desde entonces, no hay día que no me acuerde del beso que me devolvió la inocencia, hasta la fecha hoy.
Bk
El Muni