"Me enamoré de mi hijo y queremos tener un bebé", la historia que impacta al mundo.
Esto no es un invento de El Muni, como podría parecerles a muchos, se trata de un mal que se desarrolla al margen del conocido como efecto Westermarck.
Se reunieron en 2014 y desde ese momento sintieron una "atracción sexual", según contaron al medio británico The New Day. Compartieron su primer beso con una botella de champán en un hotel antes de tener relaciones íntimas y solo tres días después Ford decidió terminar con su esposa para irse junto a su madre.
Un hombre de 32 años ha hecho, recientemente, una elección bastante inusual. Dejó a su esposa para casarse con su madre, la que lo dio en adopción hace 30 años atrás. Ambos serían víctimas de una atracción sexual genética.
Separados desde hace 30 años y después de su reencuentro, una madre de 51 años y su hijo de 32 años sostienen ambos estar locos de amor. Afirman que su amor es el síntoma de una Atracción Sexuales Genética , un fenómeno que ocurre a menudo cuando dos miembros de una misma familia llegan a conocerse en la edad adulta.
Kim West se quedó embarazada a los 19 años y dio en adopción a su hijo. Treinta años más tarde, Ben Ford, el hijo dado en adopción empezó la búsqueda de sus padres biológicos y envió una carta a su madre.
Ben vivía en los Estados Unidos y su madre Kim en el Reino Unido. Se llamaron y hablaron por teléfono varias veces antes de acordar una cita. Pero incluso entonces, se sentían atraídos el uno de la otra y viceversa.
En 2014, cuando se reencuentran, lo suyo fue amor a primera vista. Intercambiaron sus primeros besos. Locamente enamorado, Ben repudió incluso a su mujer y se fue a vivir con su madre a Michigan (Estados Unidos).En estos momentos viven como una pareja desde hace dos años; quieren casarse y tener hijos juntos.
Durante una entrevista, en la que destacaron lo increíble que es su vida sexual, Kim West dijo que en un principio se sentía nerviosa por la situación. Ella había iniciado una investigación en internet y se sintió aliviada después de que leyera un artículo sobre la GSA (Genetics Society of America).
La atracción sexual genética o la GSA es la predilección sexual que se puede sentir, recíprocamente o no, entre personas genéticamente similares, tales como hermanos, madre e hijo, padre e hija, etc., gracias a un reencuentro tardío que tenga lugar tras una separación prolongada desde el nacimiento o desde la primera infancia.
La GSA rara vez ocurre entre los niños que crecieron juntos debido a la sublimación de la atracción sexual, más conocida como el efecto Westermarck, que desactiva de forma natural la propensión a cualquier acercamiento físico erótico.
Kim West afirma que la existencia de la GSA le ha hecho sentirse menos rara y le ha ayudado aceptar la atracción que siente por su hijo. Kim y Ben viven ahora en el estado de Michigan, donde el incesto es ilegal.
Son muchas las personas que se interesan por saber qué características y estilos de comportamiento realzan el atractivo personal, pero son menos las que, además, intentan saber cosas acerca de los factores que matan de raíz cualquier posibilidad de atracción.
Es por eso que no resulta extraño que se conozca tan poco el efecto Westermarck, un fenómeno psicológico hipotético según el cual los seres humanos estamos predispuestos a no sentir deseo sexual hacia las personas con las que nos relacionamos de manera continuada durante nuestra primera infancia, independientemente de si son parientes o no.
¿Por qué podría producirse esta curiosa tendencia? Las propuestas de explicación que muchos investigadores barajan para resolver la incógnita del efecto Westermarck tienen que ver con el fenómeno del incesto.
El incesto, tabú universal
En todas las sociedades actuales existen tabúes, es decir, conductas e ideas que no son aceptadas socialmente por motivos que tienen que ver, al menos en parte, con la moral dominante o las creencias religiosas asociadas a esa cultura.
A algunos de estos tabúes, como el homicidio intencionado o el canibalismo, es fácil encontrarles inconvenientes desde un punto de vista pragmático, porque en caso de generalizarse, podrían desestabilizar el orden social y producir una escalada de violencia, entre otras cosas.
Sin embargo, hay un tabú universal que podemos encontrar en prácticamente todas las culturas a lo largo de la historia pero cuya prohibición es difícil de justificar racionalmente: el incesto.
Teniendo en cuenta esto, muchos investigadores se han preguntado cuál es el origen del rechazo omnipresente que genera todo lo relativo a las relaciones entre familiares.
De entre todas las hipótesis, hay una que ha ganado solidez en las últimas décadas y que se basa en un efecto psicológico basado en la combinación entre el innatismo genético y las conductas aprendidas. Esta es la hipótesis del efecto Westermarck.
Cuestión de probabilidades
Edvard Alexander Westermarck fue un antropólogo finés nacido a mediados del siglo XIX conocido por sus teorías acerca del matrimonio, la exogamia y el incesto.
En lo relativo a esto último, Westermarck propuso la idea de que la evitación del incesto es el producto de la selección natural.
Para él, evitar la reproducción entre familiares formaría parte de un mecanismo adaptativo que llevamos en los genes y que se habría propagado entre la población debido a lo ventajoso de esta conducta en términos evolutivos.
Como la descendencia fruto del incesto puede tener serios problemas de salud, la selección habría tallado en nuestra genética un mecanismo para que sintamos aversión por él, lo cual sería en sí una ventaja adaptativa.
En definitiva, Westermarck creía que la selección natural ha moldeando las tendencias sexuales de toda nuestra especie previniendo las relaciones entre familiares cercanos.
Pero, ¿cómo haría la selección natural para promover conductas de evitación del incesto? A fin de cuentas, no hay ningún rasgo por el que podamos reconocer a los hermanos y hermanas a simple vista.
Según Westermarck, la evolución ha decidido tirar de estadística para crear un mecanismo de aversión entre familiares.
Como las personas que durante los primeros años de vida se ven cotidianamente y pertenecen al mismo entorno tienen muchas posibilidades de estar emparentadas, el criterio que sirve para suprimir la atracción sexual es la existencia o no de proximidad durante la infancia.
Esta predisposición a no sentir atracción por las personas con las que entramos en contacto periódicamente durante los primeros momentos de nuestra vida sería de bases genéticas y supondría una ventaja evolutiva; pero, a consecuencia de esta, tampoco tendríamos interés sexual por las viejas amistades de la infancia.
El anti - edipo
Para entender mejor el mecanismo a través del que se articula el efecto Westermarck, resulta útil comparar esta hipótesis con las ideas sobre el incesto propuestas por Sigmund Freud.
Freud identificó el tabú del incesto como un mecanismo social para reprimir el deseo sexual hacia los familiares cercanos y hacer posible así el funcionamiento "normal" de la sociedad.
El complejo de Edipo sería, según él, la manera en la que el subconsciente encaja este golpe dirigido contra las inclinaciones sexuales del individuo, de lo que se desprende que lo único que hace que la práctica del incesto sea algo generalizado es la existencia del tabú y los castigos asociados a este.
La concepción biologicista del efecto Westermarck, sin embargo, atenta directamente contra lo propuesto en el complejo de Edipo, ya que en su explicación de los hechos el tabú no es la causa del rechazo sexual, sino la consecuencia.
Esto es lo que hace que algunos psicólogos evolucionistas sostengan la idea de que es la evolución, más que la cultura, la que habla por nuestras bocas cuando expresamos nuestra opinión sobre el incesto.
Algunos estudios sobre el efecto Westermarck
La propuesta del efecto Westermarck es muy vieja y ha sido sepultada por un aluvión de críticas provenientes de antropólogos y psicólogos defensores del importante papel de las conductas aprendidas y las dinámicas culturales en la sexualidad.
Sin embargo, poco a poco ha ido levantando cabeza hasta acumular bastantes evidencias a su favor.
Cuando se habla acerca de las evidencias que refuerzan la hipótesis de Westermarck, el primer caso que se nombra suele ser el de J. Sheper y su estudio sobre las poblaciones residentes en kibbutz (comunas basadas en la tradición socialista) de Israel, en los que muchas niñas y niños no emparentados se crían juntos.
A pesar de que los contactos entre estos niños son constantes y se alargan hasta llegar a la edad adulta, Sheper concluyó que son raras las ocasiones en las que estas personas llegan a tener relaciones sexuales en algún momento de su vida, siendo mucho más probable que terminen casándose con otros.
Desde que se publicó el artículo de Sheper se han realizado críticas sobre la metodología utilizada para medir atracción sexual sin que factores culturales o sociológicos interfieran y, sin embargo, también han ido publicándose otros muchos estudios que refuerzan la hipótesis del efecto Westermarck.
Por ejemplo, una investigación basada en cuestionaros pasados a población marroquí mostró que el hecho de tener un trato cercano y continuado con alguien durante la primera infancia (independientemente de si es pariente o no) hace mucho más probable que al llegar a la edad adulta se sienta aversión ante la idea de casarse con esta persona.
Además, en los casos en los que dos personas que se han criado juntas sin compartir lazos de sangre se casan (por ejemplo, por imposición de los adultos), tienden a no dejar descendencia debido quizás a la falta de atracción.
Esto se ha encontrado en Taiwán, donde tradicionalmente ha existido una costumbre entre algunas familias consistente en dejar que la novia se críe en la casa del futuro esposo (matrimonio Shim-pua).
La psicóloga evolucionista Debra Lieberman también ayudó a reforzar la hipótesis del efecto Westermarck a través de un estudio en el que pidió a una serie de personas que rellenaran un cuestionario.
Esta ficha contenía preguntas acerca de su familia, y presentaba también una serie de acciones censurables tales como el uso de drogas o el homicidio.
Los voluntarios tenían que ordenar según el grado con el que les parecían mal, de más a menos reprobables moralmente, de modo que quedaran colocadas en una especie de ranking.
En el análisis de los datos obtenidos, Lieberman descubrió que la cantidad de tiempo pasado con un hermano o hermana durante la infancia correlacionaba positivamente con el grado en el que se condenaba el incesto.
De hecho, podía predecirse en qué medida una persona condenaría el incesto sólo con ver el grado de exposición a un hermano en la etapa de la niñez.
Ni la actitud de los padres ni su grado de parentesco con el hermano o hermana (se tenían en cuenta también las adopciones) afectaban significativamente en la intensidad del rechazo hacia esta práctica.
Muchas dudas por resolver
Todavía sabemos muy poco sobre el efecto Westermarck. Se desconoce, en primer lugar, si es una propensión que existe en todas las sociedades del planeta, y si se fundamenta o no en la existencia de un rasgo parcialmente genético.
Por supuesto, tampoco se sabe qué genes podrían estar implicados en su funcionamiento, y si se manifiesta de diferente forma en hombres y mujeres.
Las respuestas acerca de las propensiones psicológicas y universales típicas de nuestra especie, como siempre, se hacen esperar.
Sólo décadas de investigaciones continuadas pueden sacar a la luz estas predisposiciones innatas, sepultadas en nuestro cuerpo bajo miles de años de adaptación al medio.
- Bergelson, V. (2013). Vice is Nice But Incest is Best: The Problem of a Moral Taboo. Criminal Law and Philosophy, 7(1), pp. 43 - 59.
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- Bratt, C. S. (1984). Incest Statutes and the Fundamental Right of Marriage: Is Oedipus Free to Marry?. Family Law Quarterly, 18, pp. 257 - 309.
- Lieberman, D., Tooby, J. y Cosmides, L. (2003). Does morality have a biological basis? An empirical test of the factors governing moral sentiments relating to incest. Proceedings of the Royal Society of London: Biological Sciences, 270(1517), pp. 819 - 826.
- Shepher, J. (1971). Mate selection among second generation kibbutz adolescents and adults: incest avoidance and negative imprinting. Archives of Sexual Behavior, 1, pp. 293 - 307.
- Spiro, M. E. (1958). Children of the Kibbutz. Cambridge: Harvard University Press. Citado en Antfolk, J., Karlsson, Bäckström, M. y Santtila, P. (2012). Disgust elicited by third-party incest: the roles of biological relatedness, co-residence, and family relationship. Evolution and Human Behavior, 33(3), pp. 217 - 223.
Fuentes: netafrique.net; Minutes News
Traducción / Edición: Bk
El Munu