Hace 6 meses que he perdido a mi hermana pequeña y a mi marido, un hecho que ocurrió en el espacio de unas pocas horas. Es decir, el mismo día.
Esta es la historia: Mi marido y yo estuvimos más de 5 años juntos, de novios hasta casados. Nos casamos en septiembre de 2013. Pero murió dos años más tarde.
Todo era perfecto con mi marido. Salvo el hecho de que no me quedaba embarazada. Y a pesar de esa situación, nunca tuvimos motivos para disputas entre nosotros. La prueba es que nos casamos.
Pero, curiosamente, después de la boda mi marido cambió de comportamiento. Se había vuelto distante. hacíamos menos el amor. Trabajaba muchísimo como si se refugiara en su trabajo; con lo cual, muchas veces, llegaba tarde a casa, ya entrada la noche.
Toda esa situación me llevó a que empezara a tener algunas dudas, porque lo conocía bien y él no era así antes. Para aclarar este misterio, empecé a revisar su teléfono móvil a escondidas. Noté que borraba con regularidad el historial del registro de llamadas y mensajes.
Los números que guardaba eran los de las personas que yo conocía. Sin embargo, el número de teléfono de mi hermana pequeña aparecía muy a menudo. Entre ellos se intercambiaban varios mensajes de texto al día y llamadas de larga duración.
Hablé con él, pero mi marido dijo que mi hermana le explicó que estaba en problemas y que esos problemas le habían provocado la depresión. Según dijo a continuación, ella lo llamaba porque confíaba en él.
En ese momento, no me pregunté por qué ella confiaba en él y no en mí. ¿Demasiado ingenua o demasiado confiada? Pasaron unos cuantos meses cuando una noche mi hermana llegó a casa. Y ahí fue cuando ella me lo confesó todo. Dijo que mantenía una relación con mi marido. Incluso me dijo que estaba embarazada y quería tener el bebé; en cualquier caso, dijo, ya estaba de casi cinco meses...
No os podéis imaginar el escándalo que aquello causó en mí. Pude haber matado a mi hermana ese día si mi criada no hubiera intervenido. ¡Pero, hacerlo sería más que una estupidez! Llamé a mis padres al pueblo para contarles todo.
Con todo esto, lo peor aún estaba por llegar. Cuando mi marido llegó a casa del trabajo, inmediatamente lo abordé. Él trató de negarlo, pero cuando le dije que mi hermana ya me lo había confesado todo, mi marido empezó a insultarme. No pude contenerme, le di una bofetada.
Como si estuviera esperando esa oportunidad desde hacía algún tiempo, dijo que quería el divorcio. Empezó con los pretextos de que me había vuelto celosa, agresiva, manipuladora, etc. Sin avergonzarse ni ruborizarse para nada, ahora estaba tratando de hacerme quedar como el verdugo y él la víctima.
¡Era como el mundo al revés, digamos! Encajé todo aquello sin saber qué hacer ni qué decir, tal vez yo era demasiado anticuada. Para terminar, recogí mis cosas y me mudé sin discutir.
Desde entonces rehuyó cualquier discusión con el pretexto de querer reflexionar. Pero, en realidad, parecía tener aire de deleitarse en esta situación.
Yo estaba casi al borde de la depresión. Cuanto más reflexionaba sobre el asunto, más me dolía. En cuanto a mi hermana, corté los lazos con ella. No alcanzaba explicarme su cruel comportamiento hacia mí. ¡Incluso a un enemigo no se le hace eso! Yo sufrí...
Así que decidí limpiar mi cabeza, olvidarme de él, confiárselo todo a Dios. Vengarme, ¿para qué? Si en cualquier caso el daño ya estaba hecho.
El proceso de divorcio aún no habían comenzado después de nuestra separación, pero mi marido y mi hermana ya vivían juntos. Pasaron varios meses yo sin tener noticias de ellos. Eso duró hasta que mi marido cayó enfermó. Y si lo supe, fue porque él envió a gente para decirme que me quería ver.
Aquella llamada me sorprendió, pero fui a verle de todos modos, porque decían de él que estaba muy enfermo y que quería hablar conmigo. Cuando llegué a la casa le encontré solo. Se puso a llorar tan pronto como me vio. Él quería disculparse, pero tenía grandes dificultades para expresarse.
Me quedé con él casi todo el día. No vi a nadie más en la casa, a excepción de la criada. Al caer la noche, la enfermedad se agravó. Yo quería llevarle al hospital, pero él no quería. Dijo que se le pasaría y estaría bien. Todavía insistí para evacuarle al hospital, después informé a sus padres.
Sólo poco después de nuestra llegada al hospital falleció cogido de mi mano. Supuse que había querido decirme algo. ¿Pero, el qué? Nunca lo sabré, ya que él no pudo pronunciar una sola palabra desde mi llegada. Murió al final. Las mandíbulas se le contrajeron y su cuerpo quedó rígido.
Sus padres llegaron de la aldea al día siguiente alrededor del mediodía. Ellos no vivían en la misma ciudad que nosotros. Cuando el cuerpo fue llevado al depósito de cadáveres otra noticia sacudió mi alma: era la muerte de mi hermana pequeña. ¡Increíble! Pero, ¿cómo ha ocurrido esto?
Por la mañana, muy temprano, se le informó a mi hermana de la muerte de su amante (mi ex). Ella cogió un taxi para venir al hospital. En el boulevard que da acceso del pueblo a la ciudad, tuvo un accidente de tráfico.
No sabemos si fue por la fatiga, el sueño del conductor o un problema mecánico; pero, la gente contó que el conductor del taxi parecía haber perdido el control de su vehículo mientras conducía a toda máquina.
El taxi colisionó con un camión que venía en sentido contrario. El conductor del taxi y mi hermana murieron en el acto. Sin embargo, el conductor del camión y su ayudante salieron ilesos del accidente, sin ningún rasguño.
Ambos hechos ocurrieron en menos de 24 horas. Mi marido y mi hermana dejaron huérfano a su hijo y soy yo quien se encarga de él hoy. Por lo tanto, no conoce a sus padres biológicos.
Unos días después de su desaparición, aprendí una lección. Sobre lo más poderoso de su loco amor, mi marido y mi hermana se habrían jurado una cosa: comprometerse a vivir juntos toda la vida.
Que preferían morir juntos en lugar de vivir la una sin el otro. Sea o no cierto, no lo sé. Pero debo admitir que a veces me pregunto si lo que mi marido estaba tratando de decirme el otro día, antes de su muerte, estaba relacionado con esta confidencia.
Esta historia ha dejado una huella indeleble en mi mente. Se fueron sin poder disfrutar de la vida. Si bien es cierto que los dos fallecidos se prometieron no vivir la una sin el otro, lo que pasó con ellos creo que es una consecuencia de sus palabras, de sus acciones y de sus gestos.
Bk
El Muni