Yo diría que Hissène Habré pudo ser llevado a los tribunales gracias a la tenacidad de las víctimas, de las asociaciones proderechos humanos y, sobre todo, por la infatigable activista de los derechos humanos, ministra de justicia con Macky Sall, Aminata Touré.
"Salvo por el nombre geográfico, África no existe", decía Ryszard Kapucinski. Y sí, desde Europa, se acostumbra a simplificar su realidad hasta hacerla una y pobre, catastrófica y dependiente.
Pero África es un continente: 55 países, mil millones de personas, multiplicidad de mundos, etnias, voces, culturas... África es heterogénea y rica; bien contada, la conocerías mejor y tal vez termines por apreciar al continente negro.
El abogado de derechos humanos Reed Brody (HRW) ha sido clave en el enjuiciamiento del expresidente de Chad.
¿Qué mueve a... Reed Brody?
La Contra nicaragüense, el general Pinochet, el sátrapa haitiano Jean-Claude Duvalier, el ugandés Idi Amin, el etíope Mengistu o las matanzas de Tíbet.
El abogado Reed Brody (Nueva York, 1953) ha dedicado su vida a la defensa de las víctimas de violaciones de Derechos Humanos y a intentar llevar ante la Justicia a toda suerte de tiranos.
Apodado el cazador de dictadores, ha sido pieza clave en el enjuiciamiento en Dakar del ex presidente de Tchad, Hissène Habré, cuya sentencia se conocerá el próximo 30 de mayo.
Por primera vez en la historia, un dictador africano acusado de torturas, crímenes de guerra y contra la Humanidad ha sido juzgado en aplicación de la justicia universal gracias a la tenacidad y persistencia de sus víctimas.
Desde 1999, Brody, consejero jurídico y portavoz de Human Rights Watch, trabajó junto a ellas para que este juicio fuera posible. Ahora se plantea escribir un libro de todo ello.
“Ningún tirano acepta con complacencia ser juzgado, Habré ha intentado sabotear el proceso, pero nosotros nunca tuvimos miedo de la verdad”.
En su opinión, “los crímenes del régimen están muy documentados y así ha quedado claro en el juicio, tenemos miles de asesinatos y decenas de miles de encarcelamientos sin garantías”.
El primer día del proceso, el dictador, que se enfrenta a una posible condena a perpetuidad, trató de presentarlo como una actuación “neocolonialista”, argumento repetido por quienes le defienden. Sin embargo, a juicio del abogado neoyorquino esto es "muy fácil de desmontar.
Quienes lo han denunciado son tchadianos, ellos fueron los arquitectos de este juicio, no el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni la Corte Penal Internacional. Ha habido un aplauso unánime a este juicio en el plano internacional”.
Tuvo que pasar un cuarto de siglo para que llegara este momento, pero Brody recibió lecciones de superación desde la infancia.
Su padre, un judío húngaro, pasó tres años en campos de trabajo alemanes. “Él fue siempre muy discreto, solo me lo contó al final de su vida y por mi insistencia, pero me impactó mucho.
Fue de los pocos supervivientes de su campo y luego emigró a EE. UU. sin un duro, trabajaba como obrero de día y estudiaba por la noche. A los 57 años se doctoró en Lenguas y se convirtió en profesor universitario”.
El 14 de septiembre de 1984, Rose Lokissim, de 31 años, fue detenida en Yamena, la capital de Chad, acusada de conspirar contra el régimen de Hissène Habré, el sanguinario dictador que gobernaba entonces el país y bajo cuyo mando fueron asesinadas 40.000 personas.
Durante dos años sufrió todo tipo de torturas y vejaciones, pero nunca se quebró. Al contrario, soportaba el dolor y las palizas con entereza y animaba una y otra a vez a sus compañeros de cautiverio, a muchos de los cuales iba viendo morir tras un sufrimiento atroz.
Durante meses, Rose escribió y escribió. En trozos de papel cogidos furtivamente, en papel de fumar, en restos de cajas de jabón. Recogió nombres de víctimas y de verdugos y, como pudo, los hizo llegar al exterior para dejar testimonio del horror que estaba viviendo.
Hasta que un día la sorprendieron. El día antes de ser ejecutada, sus captores recogieron su última declaración: “Dice que incluso si tiene que morir en esta mazmorra, que no se arrepiente de nada porque Chad se lo agradecerá y la Historia hablará de ella”.
Un documental, dirigido por la española Isabel Coixet, recoge ahora su historia y ha visto la luz meses antes de que se celebre el histórico juicio contra Habré en Senegal.
El documental Parler de Rose, de 30 minutos de duración, ya fue estrenado en Tchad y se presentó en París el 10 de abril del año pasado.
A través del testimonio de un puñado de supervivientes y con la voz de la actriz francesa Juliette Binoche, la directora española Isabel Coixet (autora de películas como Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras, pero también de documentales como Escuchando al juez Garzón o Marea blanca) va enhebrando la historia de la terrorífica represión de Habré y, frente a ella, la increíble demostración de coraje de Rose.
Detenida por formar parte de la oposición, fue encarcelada en la celda C de la Dirección de Documentación y Seguridad (DDS), la policía política del régimen, un pequeño espacio que compartía con sesenta hombres.
Pese a las torturas, Lokissim nunca se vino abajo. “Fue ella quien ayudó a que mi bebé naciera”, cuenta una de las supervivientes a Coixet, “fue una mujer valerosa”.
Las palabras de Rose antes de morir, el hilo que ha conducido a esta historia, se encontraban entre las decenas de miles de documentos hallados por el abogado de Human Rights Watch Reed Brody, quien en 2001 visitó las instalaciones de la DDS.
“Fue increíble. Habían pasado once años desde la caída de Habré, estábamos haciendo una visita a La Piscine, una de las cárceles del régimen, y pedimos ir a ver las instalaciones de la DDS, que estaban al lado.
Cuando entramos nos quedamos perplejos, allí estaban todos esos papeles cubiertos de una capa de polvo, telas de araña y suciedad. Miles y miles de listados de nombres, interrogatorios, reseñas de torturas.
Esos papeles, que pudimos fotocopiar, han sido la auténtica hoja de ruta que nos ha permitido llevar a Habré ante la Justicia. Y en muchos de ellos aparecía el nombre de Rose”, asegura Brody.
Gracias a esos documentos y al trabajo hecho por HRW y Reed Brody, apodado el cazador de dictadores por su participación en los procesos contra Pinochet en Chile y Duvalier en Haití, la tortura era una práctica sistemática en el Tchad en los años ochenta.
Uno de los centros de reclusión de la DDS era una antigua piscina que había sido tapada con hormigón. Debajo, en minúsculas celdas con sólo un ventanuco, se hacinaban cientos de personas sin apenas comida ni agua que solían morir en cuatro o cinco días por el asfixiante calor.
A veces los presos tenían que dormir sobre los cadáveres de sus compañeros durante días hasta que los retiraban. En los interrogatorios era frecuente el uso de corriente eléctrica, ahogamientos o la técnica del arbatachar o lo que en Guinea Ecuatorial se llama "etiopía"; mediante la cual, se atan los brazos y piernas de la víctima por detrás del cuerpo y se les dejaba en esta incomodísima y forzada posición en forma de arco, durante días.
Las consecuencias más frecuentes eran pérdida de circulación sanguínea, parálisis de las extremidades, heridas abiertas por las ligaduras y gangrena.
Pero hagamos un poco de historia. En 1982, el ex jefe guerrillero Hissène Habré llegaba al poder tras dar un golpe de estado. El dictador tchadiano se mantuvo ocho años en el mando con el apoyo de Francia y EEUU porque era el aliado perfecto para frenar el expansionismo de Muammar Gadafi, convertido ya en el archienemigo oficial de Occidente.
Sin embargo, durante ese tiempo no sólo combatió a los libios, a los que logró expulsar de suelo tchadiano en 1987.
Su régimen se caracterizó por una brutal represión contra opositores y contra miembros de otras etnias diferentes a la suya, los tubu.
En el momento en que fue derrocado por un golpe de estado liderado por el que fuera su jefe de Estado Mayor, Idris Déby, en 1990, el régimen de Habré ya había asesinado a unas 40.000 personas y torturado salvajemente a otras 200.000, según estiman las organizaciones de Derechos Humanos.
Tras su caída, se exilió primero en Camerún y luego en Senegal, donde vivió rodeado de lujos y en paz durante 22 años.
Sin embargo, la tenacidad de las asociaciones de víctimas y el apoyo de organismos internacionales han logrado lo que parecía impensable, llevar ante la Justicia a quien es conocido como el Pinochet africano.
“Es un proceso histórico”, aseguraba Reed Brody la semana pasada en Dakar, “es la primera vez en la historia que el tribunal de un Estado va a juzgar al dirigente de otro Estado por violaciones de los Derechos Humanos.
Y es la primera vez que se aplica en África la competencia universal, que obliga a juzgar crímenes incluso si son cometidos por extranjeros contra extranjeros en un país extranjero. Esto supone un auténtico giro para la Justicia en África”.
Reportaje sobre las investigaciones de Reed Brody en Yamena.- El Muni.
Estaba previsto que el juicio se celebrase en 2015, y así ha sido. Pero no ha sido fácil. La campaña para llevar a Habré ante la Justicia dio sus primeros frutos en el año 2000 cuando un juez senegalés admitió a trámite una acusación por torturas, pero semanas después el Tribunal de Apelación de este país declaró que la Justicia senegalesa no era competente para juzgarle.
Un año después es un juez belga quien, a instancias una vez más de las víctimas, inicia un procedimiento por crímenes contra la Humanidad, crímenes de guerra y torturas, dictando en 2005 una orden de arresto internacional.
Senegal eleva una consulta a la Unión Africana y en 2006 el organismo panafricano responde que sí, que había que juzgar al ex dictador en Dakar “en nombre de toda África”.
El proceso se pone en marcha, pero el entonces presidente senegalés Abdoulaye Wade no parece del todo decidido y da dos pasos adelante y uno hacia atrás, mareando la perdiz.
Sin embargo, todo cambia en 2012 con la llegada al poder en Senegal de un nuevo presidente, Macky Sall y, sobre todo, de su entonces ministra de Justicia, la histórica militante por los Derechos Humanos Aminata Touré.
Se crea un tribunal especial, denominado las Cámaras Africanas Extraordinarias, un órgano judicial que ve la luz ex profeso para este proceso y en junio de 2013, Habré es detenido y encarcelado en una prisión especial habilitada para él en Dakar.
Gracias a las aportaciones de distintos gobiernos y organismos, como EEUU, Bélgica, la Unión Europea o la Unión Africana, se ha logrado completar un presupuesto de 7,4 millones de euros.
“Todo indica que será un juicio transparente y eficaz”, asegura Brody, “la instrucción ha llevado 19 meses, se han puesto en marcha cuatro comisiones rogatorias y se han recogido los testimonios de 2.500 víctimas.
Además, se ha convocado a expertos militares e históricos y se han exhumado los restos de masacres en Chad. Los jueces han encontrado elementos suficientes para imputar a Habré por responsabilidad penal en empresa criminal, torturas y crímenes de guerra”.
Gberdao Gustave Kam, presidente de las Cámaras Extraordinarias africanas que juzgaron a Hissène Habré.- El Muni.
Grabado que recoge el arbatachar, una de las técnicas de tortura del régimen de Hissène Habré en Tchad.- El Muni.
“Todo indica que será un juicio transparente y eficaz”, asegura Brody, “la instrucción ha llevado 19 meses, se han puesto en marcha cuatro comisiones rogatorias y se han recogido los testimonios de 2.500 víctimas.
Además, se ha convocado a expertos militares e históricos y se han exhumado los restos de masacres en Tchad. Los jueces han encontrado elementos suficientes para imputar a Habré por responsabilidad penal en empresa criminal, torturas y crímenes de guerra”.
La Unión Africana acaba de designar a los cuatro jueces que le juzgarán, al frente de los cuales se encuentra el burkinabés Gberdao Gustave Kam, que formó parte del Tribunal Penal Internacional para Ruanda entre 2003 y 2009.
“La colaboración del Gobierno tchadiano ha sido muy importante, hay que reconocerlo”, añade Brody, “en 2002 levantó la impunidad a Habré y han aceptado que se lleven a cabo las investigaciones.
Sin embargo, es un tema espinoso y hubo que esperar cuál sería su colaboración durante el juicio”.
Y es que el actual presidente chadiano, Idris Déby, fue uno de los pilares del régimen de Habré, era comandante en jefe de las Fuerzas Armadas entre 1983 y 1985 y estuvo implicado en la represión, sobre todo en el conocido como septiembre negro de 1984.
En aquel mes el Ejército al mando de Déby llevó a cabo distintas masacres, de las cuales una de las más conocidas y simbólicas es la de Deli.
Durante las investigaciones previas a este juicio, el Grupo Argentino de Antropología Forense, uno de los mejores del mundo, exhumó de una fosa común los cuerpos de 21 hombres, todos ellos asesinados de un balazo.
Sin embargo, el proceso de Dakar se dirige contra Habré y contra nadie más. “La participación del dictador en la puesta en marcha de la DDS está fuera de toda duda.
Puso al frente a sus próximos, miembros de su etnia o su familia que le daban cuenta todos los días. Él daba las órdenes, estaba al corriente de todo, incluso seguía algunos interrogatorios y torturas a través de walkie talkie.
Muchos presos reconocieron su voz”, explica Brody. Falta saber si Habré se defenderá, si tomará la palabra durante el juicio, lo que no ha hecho hasta ahora.
“Nos encantaría”, dice Brody, “hay muchas cosas que preguntarle”. De momento, lo que está claro es que las palabras de Rose Lokissim están a punto de convertirse en realidad. “Chad me lo agradecerá y la Historia hablará de mi”.
Fatimé Tchangdoum.
El 1 de agosto de 1983 detuvieron a su marido, al que acusaban de pertenecer a la rebelión. Quince días después, una pick-up que circulaba por la noche de Yamena sufre un reventón. Soldados franceses de la Operación Manta se acercan al vehículo, levantan la lona trasera y descubren 13 cadáveres.
Entre ellos estaba el de Yacoub Baweyé Langue, marido de Fatimé, con varios huesos rotos y evidentes señales de tortura. “Me volví loca, mi hijo más pequeño tenía un mes; los otros, cuatro y dos años. La familia de mi marido nos rechazó, tuve que criar a mis hijos sin su ayuda”, asegura.
Ginette Nganbaye.
En 1985, Ginette era una joven estudiante de Mecanografía en Yamena. Cuando la detuvieron estaba embarazada de cuatro meses.
“Uno de los gendarmes con la camisa ensangrentada empezó a tocarme, le dije que estaba esperando un bebé, pero él siguió. Durante una semana me daban electricidad todas las noches y sufrí violencia sexual”.
Cinco meses después daba a luz a su hijo sobre la tierra del patio de la prisión, con la única ayuda de sus compañeras de cautiverio. “Esa gente no tenía corazón, nos llevaban allí para morir”, asegura. Cuando salió de la cárcel, su novio le arrebató a su hija.
Ousmane Abakar Taher.
Ousmane fue detenido el 30 de julio de 1983 en Faya-Largeau. Al pertenecer a la rebelión contra Habré, su suerte estaba echada. Tras ser trasladado a la capital ingresó en prisión.
“Estábamos todo el día en una pequeña celda, hacíamos allí nuestras necesidades. Siete meses después todos estábamos enfermos, morían cuatro o cinco personas cada día, pero sólo sacaban el cadáver cuando el cuerpo empezaba a hincharse y a llenarse todo de moscas”.
Permaneció cuatro años y medio encerrado. “Nunca tuve esperanzas de salir con vida, nos daban una bola de mijo para comer. Esto es para los hijos de Gadafi”, decían.
Abakar Gambala.
Lo recuerda como si fuera ayer. Cuando su padre fue detenido en 1987, Abakar era un niño de 12 años, pero pudo sentir el miedo que recorrió a su familia.
Tres años después, el régimen de Habré se desmoronaba y el pequeño Abakar se lanzó a recorrer todas las prisiones de Yamena en busca de su padre. “Pregunté a todo el mundo, iba como loco, pero nada”.
Durante dos meses mantuvieron la esperanza, “quizás había sido trasladado a algún pueblo”, pero al final se rindieron a la evidencia. “Ni siquiera sabemos de qué lo acusaron.
Durante años he sentido odio y eso me tortura. No puedo entender cómo alguien puede matar a 40.000 personas sólo por seguir en el poder”.
Jonás Siptene Ganbang.
El 1 de agosto de 1983, a Jonás lo molieron a palos. En aquel entonces era el pastor protestante del pequeño pueblo de Kolobo y cuando los militares llegaron se fueron directos a por él, a preguntarle por los rebeldes que merodeaban en la zona.
A consecuencia de los golpes se quedó medio sordo y padece fuertes dolores de espalda. Durante más de un año lo obligaron a hacer trabajos forzados hasta que lo llevaron a prisión.
“Las condiciones eran penosas, comíamos harina cocida una vez al día. En la celda éramos ochenta, no había espacio ni para dormir”.
Alkali Mahamat.
Alkali Mahamat cometió el error de pensar que el régimen podía ser benevolente. Tras militar en la rebelión y vivir en Libia, una vez firmado un acuerdo de paz, decidió volver. Se equivocaba.
Nada más pisar Yamena fueron a buscarlo. “Me metieron una manguera en la boca y casi me ahogan, luego empezaron con la electricidad”. Al cuarto día, atado con los brazos y piernas por detrás, le llevaron ante el mismísimo Hissène Habré.
“Me preguntó por Libia, por Gadafi. Él estaba sentado en una silla con ruedas y no paraba de fumar”. Pasó un mes en la Piscina, una de las peores cárceles del régimen. “Era un horno, dormíamos unos encima de otros, no podías moverte allí dentro. Te acostabas sobre los muertos”.
Rahama Ajinguembaye.
Rahama era estudiante en la Escuela Nacional de Agentes Técnicos de Ganadería. Su hermano se había unido al maquis, lo que le valió ser detenida el 9 de marzo de 1983, cuando estaba embarazada de dos meses.
La ataron y le golpearon. “Luego me arrojaron a una habitación que estaba llena de sangre por todas partes, para que supiera lo que me iba a pasar si no decía la verdad”.
Durante meses hizo trabajos forzados en Kalaït, recogiendo piedras, haciendo ladrillos, lavando uniformes de los militares. Allí nació su niño, “un hijo del sufrimiento”, como ella dice. “A Habré habría que cortarlo en pedazos”, dice con ira.
Gnamassoun Kôh-Nar.
Profesor de Primaria, tuvo la osadía de enfrentarse a las autoridades locales por un conflicto entre agricultores y ganaderos en Kiabé. “Días después el jefe de brigada y un gendarme se presentaron en mi casa.
Pasé cuatro meses en una cárcel negra como la noche, no podías ver ni al que estaba al lado tuyo”. Luego lo trasladaron a Yamena y me metieron en una celda tan llena de gente que para cerrar la puerta había que empujarla dando atrás con un vehículo.
“Este juicio es una gran victoria para nosotros, a veces surgen dudas pero hemos seguido adelante. Hemos ganado la batalla en Chad y la vamos a ganar en Senegal. Allí nos han remoloneado muchos años, pero ahora estoy muy satisfecho”.
Clement Abeifouta.
“En aquella época había orejas por todos lados. Un primo mío comentó en un bar que me habían dado una beca para estudiar en Alemania y fueron a por mi”.
Clement Abeifouta vio truncados sus estudios de Literatura cuando el 10 de julio de 1985 fue detenido en Yamena, acusado de pretender sumarse a la rebelión.
En las hacinadas cárceles lo convirtieron en enterrador. “Durante cuatro años cocinaba, planchaba la ropa y enterraba a los muertos.
Perdí la cuenta, pero fueron al menos un millar los que pasaron por mis manos, siempre por la noche, en fosas comunes en los alrededores de la ciudad. La gente moría como moscas. Era algo animal, más allá de la locura”.
Ousmane Mahamat Saleh.
El 'pecado' del agricultor Ousmane Mahamat Saleh fue pertenecer a la etnia Hadjarai, contra la que Hissène Habré dirigió su inquina al final de su régimen.
Tras emigrar a Lagos (Nigeria) y reunir algo de dinero, volvió a Chad en 1989, donde le acusaron de reclutar gente para unirse a la rebelión. “La cárcel estaba llena de parientes y amigos.
Me pegaron con cables, me obligaron a beber mucha agua y luego caminaron sobre mi barriga”. Su celda medía unos dos metros de largo y había siete personas.
“Estábamos de pie, no podíamos ni sentarnos. Fue horrible. Sólo el día que Habré sea condenado mi cólera y mis malos pensamientos van a desaparecer. Nadie sabe lo que hemos sufrido”.
Jean Noyoma Kovounsouna.
“Cuando te atan los brazos y piernas por la espalda, la técnica del arbatachar, se te hincha el pecho y te quedas como un arco, te duele todo.
Vomitaba sin parar y acabé desmayado”. Jean Noyoma era chófer y sufrió una falsa acusación, habituales entonces. Pero lo peor fue la cárcel.
“Dormíamos como sardinas en lata, con los pies de otra persona clavados en la garganta. Para girarte había que avisar a todos. Hacíamos nuestras necesidades allí mismo, el olor era insoportable todo el tiempo”.
Fatimé Tounlé.
Fatimé tuvo noticias de la muerte de su marido Haroun Gody por la radio. Él era alto cargo del Gobierno de Habré, pero se atrevió a decir no, al denunciar los abusos que sufría la población.
Entonces huyó. “Los agentes se llevaron todo lo que teníamos, coches, muebles, todo. A la una del mediodía nos dijeron que teníamos que abandonar la casa, recuerdo que hacía mucho calor.
Me fui con mis hijos a casa de mis padres, mi casa la ocuparon luego parientes de Habré de la etnia Gorane”.
Hasta que un buen día, cuatro años después, la radio anunció su muerte: “Hemos matado a los traidores”. Tounlé nunca pensó que Habré podría ser juzgado. “Si hoy está ante el tribunal es porque la Justicia existe”.
Fatimé Mando.
En 1983, Fatimé Mando, de 32 años, trabajaba en la Banca Central, estaba casada y tenía cinco hijos, pero la acusaron de ser la amante del general rebelde Kamougué.
Al ser detenida se negó a desnudarse y se ensañaron con ella. “Me golpearon tan fuerte que sangraba por la nariz, por los oídos.
En la sala había otras mujeres que no paraban de gritar al ver lo que me estaban haciendo”. Su marido también fue asesinado por el régimen.
“Hoy en día aún me sigo cruzando con mis torturadores por la calle. ¿Cómo voy a perdonar a quien ordenó todo aquello, a quien mató a mi marido, dejó a mis hijos sin su padre, a quien me quebró la vida entera? Lo intento, pero no puedo olvidar”, asegura.
Bichara Djibrine Ahmat.
Un día, Bichara regresó de la muerte. Oficial rebelde, cuando fue hecho prisionero en 1983 creyó que su suerte estaba sellada, pero el destino le tenía guardada una sorpresa.
Una noche fue llevado junto a otros 150 prisioneros hasta un descampado cerca de Ambime, a unos 25 kilómetros de Ndjamena, donde fue fusilado.
“Dios quiso salvarme. Una bala me dio en el muslo, caí al suelo y otros dos compañeros cayeron sobre mí. Cuando se acercaron a dar el tiro de gracia me pasaron por alto.
Esperé a que se fueran, me levanté y me arrastré hasta el río, donde un barquero me cruzó a Camerún”. Durante siete años permaneció en el exilio libio hasta que regresó al país y se incorporó al Ejército.
Husseini Robert Gambier.
Hijo de judío francés y madre chadiana, su piel clara estuvo a punto de costarle la vida. Detenido por “ser libio”, le trasladaron a una prisión secreta de Ndjamena donde le torturaron salvajemente.
Le pusieron unas tablas de madera a presión a ambos lados de la cabeza, le ataron brazos y piernas a la espalda, le clavaron clavos en brazos y piernas, le echaron insecticida en los ojos.
Aún sufre por todo aquello. “Escucho un ruido insoportable dentro de mi cabeza incluso cuando duermo y solo oigo un poco por el oído izquierdo”.
También perdió la visión del ojo derecho por una patada. Los interrogatorios se sucedían y la tenacidad de Gambier por sobrevivir le hizo ganarse el apodo de “el que corre más rápido que la muerte”.
Su testimonio fue clave para encarcelar a algunos de los torturadores.
Hawa Brahim Faradj.
El 4 de junio de 1985, la policía fue a casa de Hawa a buscar a su madre, pero al no encontrarla se la llevaron a ella. Sólo tenía 14 años y acabó pasando cuatro años en la cárcel primero y en un campamento militar en el norte después, como esclava sexual de un oficial del Ejército de Habré.
“Lavábamos la ropa, hacíamos la comida y cada noche cogían a dos de nosotras y nos llevaban a acostarnos con el jefe”. Cuando la liberaron le hicieron prometer que no contara lo ocurrido, pero ya nada sería igual para ella.
“Fue una humillación muy fuerte, me sentía sucia todo el tiempo. Luego me casé pero tuve problemas para tener hijos, me costaba mucho dejar que mi marido me tocase”.
Bassou Zenouba Ngolo.
Bassou se casó muy joven con Saleh Gaba, un periodista de Radio Chad que colaboraba con medios extranjeros, como RFI y Associated Press.
Cuando comenzaron a detener y asesinar a miembros de la etnia Hadjarai, en 1986, el vaso de la paciencia de Gaba se llenó. “Tenemos que hacer algo, están matando a todo el mundo”, le dijo a su mujer.
Y se fue. Bassou se quedó sola y embarazada de dos meses. Poco después, el periodista fue detenido y encarcelado. Su causa se convirtió en bandera de reivindicación para Amnistía Internacional, pero nunca llegó a ser liberado y murió en prisión.
Su joven esposa tuvo que criar a la pequeña Flora sola. Hoy es consejera municipal en el Ayuntamiento de Ndjamena. “Ya era hora de que se hiciera Justicia”.
En el Brooklyn de los años sesenta, donde casi todos eran negros o latinos, Brody era de los pocos niños de clase media. Y soñaba con ser abogado y con viajar. “Quería cambiar el mundo”.
Tras graduarse con 23 años, se fue cinco meses a recorrer Sudamérica con el libro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, en la mochila.
“Por primera vez en mi vida me enfrenté a muchas realidades que no conocía: Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile. Recuerdo especialmente Potosí, donde visité las minas.
Hacía un calor insoportable, la esperanza de vida allí era de 39 años. Empecé a ver la relación entre la prosperidad de mi país y la pobreza de los demás. Y también me tropecé con las dictaduras.
En Argentina me quitaron el libro de Galeano en un control, pasé dos horas desnudo en el baño de la estación de trenes de Rosario. Luego conocí la Chile de Pinochet, donde aprendí español”.
Su primer empleo fue en la Fiscalía de Nueva York defendiendo a los consumidores, pero otras causas le reclamaban.
A los 31 años escribió un extenso informe en el que acreditaba las atrocidades cometidas por la Contra (movimiento armado opuesto al Gobierno sandinista) en Nicaragua, que provocó que el Congreso de los EEUU cortara la financiación a este grupo y que el mismísimo presidente de EEUU, Ronald Reagan, calificara a Brody de “simpatizante sandinista”.
“Fue una experiencia de empoderamiento, de darme cuenta de que se podía cambiar un poquito el rumbo de las cosas”, recuerda.
Tras trabajar en la Comisión Internacional de Juristas defendiendo a abogados y jueces perseguidos por todo el mundo, su cruzada por los Derechos Humanos le llevó a El Salvador, Guatemala, Tíbet, Haití, Timor del Este o la República Democrática del Congo.
Sin embargo, la detención de Augusto Pinochet en 1998 a instancias del juez español Baltasar Garzón lo cambió todo, de hecho el caso Habré es heredero directo del caso Pinochet.
“Cuando a finales de los noventa los lores británicos dijeron que un dictador podía ser juzgado en cualquier lugar del mundo por violaciones de los Derechos Humanos hubo una especie de efervescencia en el mundo de la justicia internacional para llevar ante los tribunales a quienes parecía que estaban lejos del alcance de la Ley.
Podíamos soñar”. Para ese entonces, el abogado neoyorquino trabajaba ya para Human Rights Watch y las organizaciones internacionales de Derechos Humanos empezaron a buscar otros Pinochet.
El problema es que no todos los dictadores ni gobernantes del mundo que han cometido crímenes de guerra se sentarán en el banquillo.
“Personalmente me gustaría que el próximo Habré fuera George W. Bush, que se le juzgara por las torturas, las prisiones secretas, Guantánamo.
Aunque aún estamos muy lejos de que existan las condiciones políticas para ello, lo cierto es que no se ha dicho la última palabra, de hecho Bush ha dejado de viajar”.
Brody insiste en que deben crearse las condiciones políticas. “En el momento en que Pinochet fue detenido en Londres coincidían factores políticos.
En Reino Unido acababa de ser elegido el laborista Tony Blair, que estaba empezando su viaje hacia el centro pero podía ofrecer a Pinochet a sus bases; y en la sociedad española había un enorme apoyo a este proceso por toda la conciencia que existe sobre las dictaduras latinoamericanas.
Cada vez que el Gobierno de Aznar intentaba interferir en la demanda presentada por el juez Garzón, las asociaciones de Derechos Humanos y los medios de comunicación montaban un gran revuelo", resume.
Tras la detención de Pinochet fuimos contactados por Delphine Djiraibe, de la Asociación de Derechos Humanos de Tchad e iniciamos la investigación sobre Habré. Pero no fue el único caso.
Recuerdo que el ex dictador etíope Mengistu, que vivía en Zimbabue, viajó a Sudáfrica por un tema de salud y aprovechamos para poner una demanda en este país, pero no prosperó.
Igual ocurrió con Izzat Al Duri, el brazo derecho de Sadam Hussein, quien viajó a Viena por cuestiones de salud en 1999 pero el Gobierno de Austria le permitió salir del país. Hubo varios intentos.
Lo que a mí me interesó de Habré es que se había refugiado en Senegal. Con el caso Pinochet se criticó que siempre son los países europeos los que juzgan a los dictadores del Tercer Mundo.
Pues en este caso nos hemos salido de este paradigma. Senegal era un país a la vanguardia de la defensa de los Derechos Humanos, uno de los primeros en ratificar el tratado contra la tortura, etc, si Senegal juzgaba a Habré la justicia universal sería realmente justicia universal”.
Otro ejemplo de que algo podría fallar en la justicia internacional es que hasta ahora la Corte Penal Internacional, en cuya creación participó el propio Brody, sólo ha abierto procesos contra africanos, lo que ha generado un enorme recelo en el continente hasta el punto de que algunos jefes de Estado han amagado con abandonar el Estatuto de Roma.
“Pero eso no es un problema de la CPI”, argumenta Brody, “sino del Consejo de Seguridad de la ONU que le facilita los casos de Sudán y Libia, pero no los de Chechenia, Tíbet o Guantánamo.
El problema es que Rusia, EEUU y China, que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad pero no firmantes del Tratado de Roma, pueden vetar cualquier intento de juzgar a sus presidentes o a los de aquellos países a los que ellos protegen. Es evidente que las cosas tienen que cambiar”.
Para Reed Brody es clave que los estados garanticen la aplicación de la justicia universal, por eso fue una enorme decepción que España reformara la Ley para introducir limitaciones en este principio el pasado 2014.
“Lo fue para todo el mundo. España era el templo de los Derechos Humanos, el último recurso al que podían acudir los guatemaltecos, los presos de Guantánamo, los tibetanos.
Hay tanta miseria en el mundo que cuando hay un país que ofrece posibilidades de justicia, todos quieren ir ahí y al final el barco se hunde. La solución sería que todos los países ofrezcan un mejor nivel de protección de los Derechos Humanos”.
Hissène Habré (n. 1942) fue dictador de Tchad entre 1982 y 1990, cuando fue derrocado. El régimen dictatorial de Habré se caracterizó por la continua violación de los derechos humanos y fue catalogado por la ONG Human Rights Watch como el "Pinochet de África".
Inicios.
Habré nació en Tchad en 1942, cuando su país todavía era una colonia de Francia. Pertenecía a la tribu étnica Tubu.
Después de haber terminado la escuela primaria, empezó a trabajar en un cargo administrativo francés, y luego de impresionar a sus superiores, fue becado para que viajara a Francia a estudiar. Después de completar sus estudios en ciencias políticas en París, regresó a Tchad en 1971.
Después de haber trabajado brevemente en el gobierno, Habré viajó a Trípoli, en una misión diplomática para convencer a dos líderes rebeldes chadianos a dejar las armas. No obstante, una vez allí, Habré se unió a las Fuerzas Armadas del Norte o FAN, por sus siglas en francés (Forces Armées du Nord).
La FAN operaba al norte del país, y estaba compuesta, en su mayoría, por gente de la tribu nómada tubu, y era comandada por Goukouni Oueddei. Miembros de la FAN se habían separado hacía poco para conformar el Frolinat, comandado por Abba Siddick.
El 21 de abril de 1974, un comando bajo el mando de Habré secuestró a tres ciudadanos europeos en el oásis de Bardai, en la región volcánica de Tibesti.
El objetivo de Habré era intercambiar a los rehenes por 10 millones de francos franceses, pero uno de los rehenes murió durante el asalto.
En 1975 otro de los rehenes escapó, pero la última rehén, Françoise Claustre, no fue liberada hasta el 1 de febrero de 1977 a pesar de la intervención francesa, ya que su esposo era un diplomático.
El secuestro terminó por dividir a Habré y a Oueddei, aunque Habré llevaba mucho tiempo criticando la intromisión de Muammar al-Gaddafi en las decisiones de la FAN.
A pesar de la división, Habré continuó llamando FAN a sus fuerzas armadas. Poco después de esta ruptura, en 1975, Libia invadió Tchad y se anexionó la Franja de Aouzou.
El 29 de agosto de 1978, Habré sucedió a Félix Malloum como Primer Ministro de Tchad, no obstante, su gobierno finalizó el año siguiente. Para diciembre de 1980 Libia había ocupado exitosamente el norte de Chad y Oueddei fue nombrado presidente.
Buscando la reconciliación nacional, Oueddei nombró a Habré como Ministro de Defensa, no obstante, molesto por la influencia libia en Tchad, éste último consiguió apoyo de los Estados Unidos para expulsar a las fuerzas libias de su país y derrocar a Oueddei.
Camino a la presidencia.
El 7 de junio de 1982, Habré depuso a Oueddei y se nombró presidente, aboliendo el cargo de Primer Ministro. Con la ayuda de su policía secreta, Habré logró capturar y a ejecutar a muchos opositores.
Según la ONG Human Rights Watch, unas 40.000 personas fueron asesinadas en su gobierno por motivos políticos, y otras 200.000 fueron torturadas.
Para 1983 las tropas libias habían sido expulsadas de Tchad, a excepción de unos territorios al norte. Para 1987, los efectivos libios fueron expulsados de Tchad y la guerra terminó al día siguiente.
No obstante, su victoria significó el fin de la ayuda occidental, y la situación política de Habré se volvió frágil. Esto fue aprovechado por el grupo étnico zaghawa, y el 1 de diciembre de 1990, Idriss Déby, un general zaghawa, lo depuso. Habré huyó a Senegal y Déby se proclamó presidente.
Intentos de extradición.
Habré ha sido acusado de ser el responsable de tres persecuciones étnicas llevadas a cabo en 1984, 1987 y 1989, contra grupos étnicos rivales.
En septiembre del 2005, una corte de Bélgica acusó a Habré de crímenes contra la humanidad, tortura, crímenes de guerra y otras violaciones de los derechos humanos.
Desde su llegada a Senegal, Habré ha estado bajo arresto domiciliario en Dakar. Aunque el Parlamento Europeo y la Unión Africana (UA) han solicitado al Gobierno senegalés que envié a Habré a Bélgica para ser juzgado, Dakar se ha negado.
En 2012 el Tribunal Internacional de Justicia determinó que Senegal había incumplido sus obligaciones impuestas por el Convenio contra la Tortura y que debía, sin dilación, juzgar a Habré o extraditarlo a Bélgica.
Recientemente, Senegal creó su propia corte especial de crímenes de guerra para juzgar a Habré, con el objetivo de disminuir la presión de la UA.
Fuentes: elpais/youtube
Edición: Bk
El Muni