Egipto discrimina al pueblo nubio porque son negros y porque no le importa la lengua árabe. Tanto les discriminan que no enseñan la lengua nubia en las escuelas y posiblemente acabe desapareciendo muy pronto.
El pueblo ancestral egipcio lucha para regresar a la tierra de la que fue expulsado.
Los últimos nubios.- El Muni.
La mujer nubia.- El Muni.
Para Rauf, aquel paso hacia el progreso y hacia una vida mejor fue un espejismo. “El gobierno egipcio prometió recolocarnos en tierras tan fértiles como antes, pero nos engañaron. La tierra nubia era fértil y verde, daba buenos cultivos, y nos llevaron a zonas de piedra y desierto”.
La nueva Constitución de Egipto, aprobada en el 2014 con un 98% de apoyo tras un controvertido referéndum, acepta el olvido al que fue relegada la comunidad nubia.
Un breve artículo de la nueva Carta Magna promete acabar con aquel exilio y “devolver a los residentes de la Nubia egipcia a sus tierras originales y desarrollarlas en diez años”.
Para Arafa Ramadán, activista nubio de Asuán que cambia su nombre por seguridad, esas palabras volverán a ser de cartón piedra. Durante la primera relocalización, se prometió a todas las familias que recibirían una casa y un terreno de dos hectáreas.
Aunque río arriba se construyeron casi treinta aldeas con los mismos nombres de las anegadas, no todos recibieron lo prometido y los nuevos hogares están lejos del Nilo, en tierras prácticamente estériles.
“Prometen pero nunca cumplen. Sí hubo dinero para poner a salvo los templos y las piedras, pero a nosotros nos dejaron tirados”, dice Arafa. Aún hoy, los nubios son despreciados por su piel oscura e incluso aparecen como sirvientes estúpidos en series de televisión o cuentos infantiles.
Para Arafa, el corte autoritario del gobierno del general Abdul Fatah al Sisi no augura nada bueno. “Ahora es incluso peor que con Mubarak, si te quejas, te dicen que calles; y si no lo haces vas a la cárcel. Nuestro corazón sangra por lo que nos ha hecho Egipto. Nos echaron de nuestra tierra y ni nos dejan protestar”.
Desde lo alto de su casa, donde nos recibe bajo una haima azul, Arafa chasquea la lengua mirando hacia el barrio de Garbi Sehiel.
Situado a las afueras de Asuán, se ha convertido en un parque temático de la cultura nubia, con tiendas de souvenirs por doquier y camellos bautizados como Bob Marley o Fernando Alonso para atraer a turistas. “El pueblo nubio pagó el precio por el progreso de Egipto pero nunca nos han pagado de vuelta. Ahora intentan borrar nuestra historia”.
En las orillas del lago, más al sur, aún es posible encontrar el esqueleto de algunas aldeas abandonadas. Waled Sad, patrón de un barco para turistas, nos lleva hasta la antigua Hasaya, donde apenas queda nada. Todas las casas están en ruinas y sólo aguantan en pie algunos techos de bóveda de cañón.
Hay restos de recipientes rotos de cerámica en el suelo y escaleras que ya no llevan a ningún lado. Waled observa en silencio y no espera a que le pregunte. “Siento fuego en mi corazón. Mi pueblo y su cultura se extinguen”, escupe.
La cercana isla de Heisa es el refugio de los últimos nubios del lago. Al encontrarse entre dos presas no fue evacuada totalmente, aunque muchos tuvieron que reconstruir sus casas montaña arriba. Pero aquí el enemigo no es sólo el agua.
La falta de infraestructuras tras años de olvido gubernamental y un desempleo creciente –la amenaza yihadista se ha sumado a cinco años de revolución para acabar de ahuyentar a los turistas– han herido de muerte a la aldea: los jóvenes se van.
De los 4.000 habitantes de la isla hace dos décadas, apenas quedan 1.300. Y la última esperanza para la cultura nubia se va con ellos.
En Heisa, bajo una ladera salpicada de casas pintadas de mil colores, Ramadan Wahbi prepara té mientras repara una barcaza de madera. Unos niños nubios chapotean un poco más allá y saltan desde una pequeña barca de remos.
Whabi les observa como si estuviera viendo un punto y final. “Egipto prohíbe enseñar lengua nubia en las escuelas. Nuestros niños sólo aprenden árabe o inglés; así que nuestra lengua y nuestra cultura desaparecerán pronto”.
A sus casi 60 años, Wahbi casi no siente como su hogar la tierra bajo sus pies. “Vivimos en las antiguas montañas de piedra, que ahora son islas. Vivíamos en un paraíso y éramos un pueblo agricultor, orgulloso de nuestra cultura.
Ahora estamos condenados a ser conductores de barcas para turistas”.
Tras dos horas en la isla de Heisa, nos vamos sin cruzarnos con un solo turista.
Fuente: www.lavanguardia.com
Edición: Bk
El Muni