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El Muni

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No tienes ni remota idea de cuánto te quiero CXXI.

Publicado por Bokung Ondo Akum in Narraciones romanticas

Un-dos-tres, un paso tras otro: tres.

Atrevimiento del que todavía me pregunto de dónde me surgió; pero, no podía recular. 

 

Cosas que pasan: entras, extiendes la mirada en la estancia donde al principio todo parece un erial, no percibes nada. ¿Para qué habré salido hoy?

 

Cariño, te espero a la salida del pueblo.- El Muni.

Cariño, te espero a la salida del pueblo.- El Muni.

Ante tus ojos, precipicio abierto; y en su fondo, tu salvación, te dice el subconsciente. Y te preguntas, ¿por qué mi salvación estaría en el fondo de un precipicio? Tú sabrás..., o te importa  salvar tu alma peregrina o no te importa: que yo sepa, salvación, solo hay una: sentirte a gusto donde quiera que estés...

 

Era la primera vez que se lo pedía, quería bailar con ella; todas mis precauciones por no parecer un lanzado impertinente fueron infructuosas. La verdad, ni sé de dónde me vino el valor cuando mi mano la tendí. 

 

No tienes ni remota idea de cuánto te quiero.- El Muni.

No tienes ni remota idea de cuánto te quiero.- El Muni.

Como si la dijeran los dioses algo al oído en mi favor, mi mano sintió su tacto; mis neuronas, imposible resistirse al tacto tierno de una mujer, ella.

 

Su consentimiento, ¡por todos los dioses!, le tenía cuando la atraje hacia mí, y no acababa de creerme tenerla entre mis brazos: un-dos-tres; pierna y pierna solapadas, nos adentramos en la pista de baile.


La chica de Bata desplegó una potencia inusitada sobre sus caderas que mi mano acabó posando en su cintura como un autómata.

 

Tancones sandalia de blancos cordones, aurora boreal; tobillos moldeados en Venus,  nácar de Bangladesh; ni entre las brumas del iguazú se me perdería esta vez.

 

La chica de Bata, casi con arrogancia, cogió mi mano sutílmente por las últimas falanges, pareció quebrarse como si ladease un tallo al son de la brisa; nuestras manos en arco sobre su cabeza, giró sobre sus tacones y me encontré en Nkoo Biyendem, con su barbilla en mi mejilla.

 

Tronaron melodías del arpa celeste, la armonía interplanetaria inundó la estancia; me insinué sin a penas insinuarme, hasta que ella se percató.


Entonces, ante nosotros, todos los caminos del devenir se abrieron en perspectiva. Me iba a la deriva en el cálido abrazo de la chica de Bata cuando la besé, de donde empieza a escribirse mi destino, camino al final de los tiempos.

 

 

Bk

 

 

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