La última vez que estuve con ella me regaló un pañuelo blanco ribeteado en fucsia, una bienvenida de los mares de la Patagonia; Kilimanjaro lloraba emocionada.
Tan abrumada estaba de nuestra felicidad la esbelta africana que el faquir de Calcuta me dijo que había alcanzado el cielo eterno en la Tierra; Aleksander Solzhenitsyn nos juntó en el Archipiélago Gulag a merced de la KGB.
La última vez que estuve con ella me regaló su sonrisa, las cataratas del Niagara, la reina Victoria retozando en sueños con Livigstone mientras Zambia y Zimbabue se preguntaban si nos habíamos perdido en las eyaculaciones en suspenso de Olaya.
La última vez que estuve con ella, me regaló el tibio ardor de su ombligo cual pulida insinuación habría descrito Octavio Paz:
[voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos].
¡Alma de todas las almas!, ¿en qué urbe?, ¿en qué pueblo?, ¿en qué lugar terrenal singulares iglesias estarían erguidas?
Cuando me regaló sus tobillos esculpidos en Mitemleté perdí la conciencia; eso, en el fulgor de las brasas, las ansias expontáneas, dos almas pendientes de fundirse en una, la demarcación de toda la vida, Evinayong Alo Milam, perdí de nuevo la conciencia, justo donde Nvog Yíi le desabrochaba los pantalones a Alén, Bibobindua sonriendo cómplice; entonces me regaló su escote, obsequiándome dos turgencias como las cúpulas de la iglesia de Santa Sofía Bizancio, era como si se hubieran juntado dos Moncayos.
Solo nos teníamos la una al otro y viceversa; eso nos bastaba cuando sin esperármelo me regaló sus andares; marcando el paso, iba firme y serena, todo un primor verla caminar.
Luego me regaló su irisada sonrisa una vez más cuando la galaxia a su vez me sonrió, esa mujer me había regalado la eternidad...
Qué puedo contarle al mundo..., esa belleza esculpida en carne de mujer: la rodilla que se juntara a la rodilla; la faldita al sentarse recogida.
Cogidos de la mano, esa mujer me regaló las américas en velero, me regaló Europa y yo la besé frente a Notre Dame; me regaló Asia y todas las oceanías; es que esta chica me regaló la madre de las madres, me regaló África; porque me llevó a Tánger, me llevó a Evinayong, recalamos en Bata, nos maravillamos en Palé, flotamos sobre nkoo biyendem, bailamos en Akuacam, me situó en Dar es Salaam, Yamoussoukro nos absorbió, y en Douala, ay Douala, ella me besó...
Quería preguntarle si podíamos acercarnos a Durban, a Mombasa, a Kinshasa o al Estuario del Muni; me respondió que su hermana le estaría esperando en Puerto Tejada al tiempo que tiraba sus braguitas al Tanganika y volvimos a besarnos cuando el mundo se paró y se hizo nuestro...
Bk
El Muni