Investigadores de Israel proponen un test de detección precoz basado en la sensibilidad a los olores.
El sentido del olfato suele estar alterado en personas con trastorno del espectro autista.
La mayoría de personas no podemos evitar acercar la nariz y aspirar profundamente para percibir y deleitarnos con el olor de un pastel recién horneado, de un ramo de flores o de un bote de café.
De la misma manera, solemos contener la respiración y hacer una mueca de asco ante pescado pasado. El sentido del olfato es una estrategia evolutiva muy precisa y eficaz capaz de alertar al instante al cerebro de un posible peligro.
Y sin embargo, este instinto de reaccionar de una forma u otra ante los olores no funciona de la misma manera en las personas con trastorno del espectro autista (TEA); estas no suelen distinguir olores agradables y desagradables igual que otras personas.
Y según un estudio realizado por investigadores del Instituto de Ciencia Weizmann, en Israel, y publicado en Current Biology, este hecho podría servir como test de detección temprana del autismo.
Las alteraciones sensoriales son uno de los rasgos de este trastorno. Las personas que lo padecen a veces pueden no sentir dolor o hambre, por ejemplo, y en otras reaccionar de forma excesiva ante el ruido de un electrodoméstico o la claridad.
Los patrones internos cerebrales en los que nos basamos continuamente para coordinar la información procedente de los sentidos y el sistema motor, lo que nos hace apartar la nariz rápido ante un mal olor, en estos individuos suele estar alterado.
Los investigadores realizaron un experimento con 36 niños de una edad media de 7 años, la mitad de los cuales estaban diagnosticados con TEA, a los que les fueron mostrando olores agradables y desagradables, mientras medían el tiempo de sus respuestas olfatorias.
Tanto si les daban a oler rosas como leche agria, los niños autistas inhalaban la misma cantidad de aire. En cambio, los niños sin el trastorno respiraban los aromas agradables más profundamente que los malolientes.
“Podemos identificar el autismo y su severidad con bastante precisión y en menos de 10 minutos, usando una prueba no verbal y que no implica que los niños realicen una tarea.
Pensamos que tal vez esos resultados puedan servir para desarrollar herramientas diagnósticas que puedan aplicarse de manera temprana, a los pocos meses de vida, lo que nos permitirá intervenciones más efectivas”, considera Noam Sobel, coautor del estudio.
Aun así, que un niño tenga el sentido del olfato alterado no significa necesariamente que tenga un trastorno del espectro autista. Hay personas que tienen menos sensibilidad a los olores que otras sin que esto suponga que tengan ninguna enfermedad.
El estudio se ha realizado con una muestra pequeña de niños por lo que otros investigadores se muestran cautos ante los resultados.
Ricardo Canal, profesor de la Universidad de Salamanca y experto en los trastornos del espectro autista, considera que “el estudio es interesante y es un paso relevante en el estudio de las dificultades de procesamiento sensorial de los niños con TEA.
No obstante, no se puede decir que sirva de base por el momento para desarrollar algún tipo de herramienta para la detección”, considera.
Para la psiquiatra infantil Amaia Hervás, directora de la Unidad de Trastornos del Espectro Autista del Hospital Sant Joan de Déu, al tratarse de un estudio con una muestra muy pequeña de pacientes es preliminar.