El Cairo, 28 ene 2015.
El descubrimiento del sepulcro del faraón Tutankamón desató una avalancha de leyendas según las cuales quienes se le acercaran sufrirían consecuencias y hoy una funcionaria del Museo Egipcio es la víctima más reciente.
Es cierto que la directora de restauración del museo, Ilham Abdel Raham, se lo buscó, por desprenderle la barba trenzada a la máscara del catafalco del rey, que murió a los 19 años por causas aún en debate, tres mil trescientos años después de su tránsito al más allá.
Y peor aún, cometer la chapucería de pegarla con una plasta, en toda la segunda acepción del término, de resina epoxi, que no se sabe si mortificó a la momia, pero provocó la ira del Ministerio de Antigüedades, que la despachó al Museo de Carrozas Reales, una suerte de Siberia, pero sin hielo.
El desaguisado fue descubierto días atrás y provocó encendidas reacciones, entre ellas la de una ONG medioambiental que interpuso un pleito contra el museo por lo que califica de su ineptitud en el tratamiento de las reliquias.
La señora Abdel Rahman no es la única baja en la plantilla: la directora de documentación trató de calmar los ánimos aduciendo que la escultura es una imitación pues la original fue robada durante la revuelta contra el expresidente Hosni Mubarak.
Para mayor injuria de la momia y del ministro de Antigüedades, Mahmoud al Damaty, la funcionaria, testimonió que el artefacto original fue a parar a manos de la comunidad judía en Chile.
Ahora Al Damaty acusa a la mujer de desprestigiar a los arqueólogos egipcios, dañar el turismo y la seguridad nacional, dos delitos muy serios, y anunció que emprenderá acciones judiciales.
Sea falsa o verdadera la máscara mortuoria que maravilla a los visitantes del museo, sus ojos impasibles observan los dimes y diretes como diciendo "a mí, ni se les ocurra tocarme".