Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog
El Muni

Sucesos insólitos en el corazón de África - África profunda - Información alternativa - Narraciones románticas - Ideas - Pensamientos - Opiniones - Punto de vista El Muni - Las Américas - Amistades - Derechos Humanos - La Mujer ayer y hoy - Política - Sociedad - Religión - El ser humano - Mundo cosmopolita - Salud - Educación - Ciencia - La Historia - Música - Lucha por las libertades -... [Busque su tema seleccionado con la lupa, en las etiquetas, en archivos, en las páginas (según año y mes de publicación)]

Ella es una mujer maltratada, residente en España, natural de la Guinea Ecuatorial. Decimosexta entrega.

Publicado en 5 Enero 2015 por Bokung Ondo Akum in Narraciones romanticas

Ella es una mujer maltratada, residente en España, natural de la Guinea Ecuatorial. Decimosexta entrega.

 

Al principio de su segunda relación, cuando el marido de la guineana empezaba a cortejar a la mujer  casada, o sea, su actual concubina, esta, con una sonrisa que delataba su inquietud  le dijo:

 

- No me relaciono mucho con la gente, vivo por y para mis hijos desde que mi marido se fue a Guinea; no sé ni cómo tú y yo hemos acabado juntándonos. Supongo que será cosa de la casualidad el habernos encontrado en su día.

 

Tengo muchos problemas para llegar a fin de mes con mis hijos -continuó diciendo la mujer-, no quiero problemas con nadie, vivo como una madre soltera porque mi matrimonio no está registrado en España y, si mi marido no está, ya puedes entender lo que eso significa


Mis hijos y yo dependemos de las ayudas públicas y de la caridad de la gente que siente pena por mi situación. Lo que no quiero es que el hombre con el que me acueste tenga pena de mí. Para eso, mejor sigo sola con mis hijos, por que esta es una responsabilidad compleja que  para mucha gente no interesa afrontar.

 

- Mi matrimonio no va nada bien, ya lo sabes -empezó diciendo  nuestro guineano, el  de la Guinea Ecuatorial-, te doy mi palabra que conmigo no vas a tener problemas, y mi palabra es una garantía.

El hombre le palmeó el brazo a la chica mientras estaban charlando en una terraza cercana al domicilio de ella.

 

El señor continuó hablando.

- Me suena mucho el nombre de tu marido, no le conozco personalmente, pero la gente de aquí, todos los que le han conocido hablan muy bien de él.

 

- Mejor será que no hablemos de él, no está presente -dijo la mujer-; tú estás aquí por mí y no por él. Y has venido hacia mí ya conociéndome. Sabes, por todo lo que has oído por ahí, que estoy casada, sola en España con hijos a cuestas y nada te ha frenado en pedirme salir contigo; si vas a seguir hablando de mi marido sin que yo dé previamente pie a ello -advirtió la mujer-, mejor será que lo dejemos todo como está.

 

- Solo quería saber algo más de ti, como el por qué un hombre deja sola a su mujer con estos preciosos hijos; en fin, no quería entrar en tu vida matrimonial. Me gustas mucho desde el primer día que mis ojos se posaron en ti, solo eso -dijo el guineano-.

 

- Mira quién habla, resulta que estás aquí ahora conmigo, pero tienes una mujer, estáis casados, ¿alguna vez te he preguntado qué quieres de mí teniendo a tu esposa en casa? -preguntó brúscamente la mujer-.

 

Carraspeó el hombre aclarándose la garganta, visiblemente ruborizado tras recordarle la amante que tenía otra esperándole en casa; al menos, eso es lo que parecía, pero no era eso. El guineano de la Guinea Ecuatorial estaba impresionado por la contundencia y realismo con los que aquella guineana iba dejando caer sus palabras.

 

Parecía incómodo,  un buen caudal de sudor se desprendió de sus sobacos. El narrador de la historia no podría precisar si los sudores del guineano eran por lo que le llegaba al oído o por el calor veraniego en aquella zona del interior peninsular español.

 

Un rato después, el hombre de la Guinea Ecuatorial dijo:

- No creo que se le deba traer problemas a la persona que se ama -como si fuera un santo-; además, somos africanos -añadió mi paisano como queriendo recordarle a la chica que como africano puedía disponer de más de una mujer-.

 

La amante, muy conmedida en sus palabras, casi se sale de sus casillas cuando dijo:

- No me gusta que me hablen así, yo sé perfectamente lo que es eso, he nacido y crecido en esa cultura; conozco la poligamia y lo nuestro no es un matrimonio polígamo, sino una sucesión de infidelidades consentidas. Yo me presto a serle infiel a mi marido mientras haces tú lo mismo con tu esposa sabiéndolo ella. Es más, aunque nos reunieses bajo el mismo techo a las dos, en España, nunca reconocerían dicho matrimonio; eso, ya lo sabes -señaló la mujer-.

 

Empezaba a atenuarse el calor mientras la acera  iba tomando más vida con la gente yendo y viniendo. La mujer perecía alterada, pero nunca levantaba la voz.

Era de las personas que usan el saber escuchar como un arma de retardo. Se ponía sensualmente en la retaguardia a seguir los movimientos del contrario, con la mejilla apoyada en una mano antes de emitir su opinión: escuchaba antenta en silencio, asentía con la cabeza algunas de las cosas que decía su amante; se fijaba en todos sus gestos, en las muecas de la boca, el parpadeo de sus ojos, el rascarse la cabeza cuando no le salía la palabra al interlocutor; después preguntaba amablemente: ¿puedo decirte algo? Eso sí, consideraba de mala educación interrumpir mientras la otra persona quería explicarse.

 

Aquella mujer sabía por experiencia que no todo lo que se promete se cumple. Lo material se puede tener ahora, mañana, en cinco, diez años o nunca. Pero el deseo, los gestos, las demostraciones de querer cumplir con lo prometido deben hacerse ver en una persona de palabra cuando se ha propuesto entrelazar sus sentimientos con los de la otra, aunque su sinceridad, sus buenas y humildes intenciones sean solo eso, buenas intenciones.

 

Y es que cuando el corazón empieza a ponerse arítmico por sucesivos estadios y encuentros de amor prometido, todo pragmatismo y todo realismo se diluyen en la bruma de los anhelos por tener la mejor compañía; más aún, si la persona que tienes en frente sabe conducir la situación con destreza y sutiles muestras de afecto, asumiendo, aparentemente, lo que eres.

 

En una frase, si esa persona empieza a inspirarte confianza, la cuatela y la prudencia por no errar huyen apresurados..., lo que le hace al entendimiento el amor cuando creemos que acecha aunque no sea él mimso.

 

Un hombre estaba en frente suyo haciendo propuestas y promesas para una relación sería, un hombre que ya había empezado ayudarla en cosas puntuales y tan vitales  como llevar a sus hijos al cole cuando él libraba, aportar para el alquiler del piso, ayudar en la provisión de alimentos, acompañarles al médico si alguno de sus hijos se encontraba mal, pagar las recetas... Lo otro, no menos importante, después de casi seis o siete años, había vuelto a tener compañía masculina con ella.

 

De alguna manera se sentía como si hubiese vuelto a ser mujer. Reconocía  sentirse segura junto aquél hombre, pero no sabía ni remotamente que era un maltratador.

 

Mujer querida y deseada de nuevo; pero, también tenía sus miedos. Bastante ya tenía con que sus hijos crecieran sin su padre porque este no había vuelto más a España desde que se fuera a Guinea; a penas había comunicación entre ella y su todavía marido. Este tampoco se prodigaba en llamadas telefónicas.

 

Aun con todo eso,  meter en casa a un hombre de quien no tenía ni la remota idea de dónde venía ni de quién se trataba no era poco riesgo. No quería tener una relación esporádica con un hombre delante de sus hijos..., lo que normalmente suele marcar la vida sexual y sentimental de la mujer separada con hijos menores a cargo. ¿Con quién rehacer mi vida?

 

En fin, se dijo, la gente no se conoce hasta que comparta algo en tiempo y espacio.

 

Los hijos de la mujer a su bola, ni se enteraban de la conversación que mantenía su madre con quien la misma, en un principio, les había presentado como un amigo. Hacía tan buen tiempo que los niños jugaban en los alrededores de la mesa; de vez en cuándo se acercaban, se tomaban un sorbito de refresco y volvían a su mundo de ensueño, mientras la conversación seguía entre los dos adultos; estos siguieron hablando:

 

- En primer lugar, no estoy divorciada, mi matrimonio no está disuelto -dijo la concubina con mucha serenidad-; lo único que quiero evitar es caer en otro error; no es poco el  que estoy pagando tras quedarme en España oponiéndome al deseo de mi marido para que me fuera con él a Guinea; yo solo quería que nuestros hijos se escolarizaran en España.

 

Muchas cosas se juntaron. Últimamente, no todo iba bien en nuestro matrimonio, el que le saliera un trabajo en nuestro país mientras yo no me veía todavía con los niños en Guinea; ya sabes cómo es Guinea..., no me hacía ninguna gracia que mis hijas crecieran allá.

 

Siguió hablando la concubina después de un sorbo de Sandy.

- Yo quiero con la mente libre, de manera que la persona que quiero o que me quiera sea y se sienta libre conmigo, con independencia del compromiso que nos una -dijo-; te expongo mi situación y lo que soy para que luego no te sorprendas. Errores, quiero correr los mínimos y no quiero que el día de mañana nadie, sin conocer mi día a día, se tome la libertad de decirme que no aprendí de mis errores. Nadie conoce el futuro, y si andábamos buscando con lupa la persona que nos vaya acompañar en todo en la vida, no nos enamoraríamos nadie.

 

Por eso, a cualquier hombre que se me acerca con pretensiones de una relación le pongo sobre tapete lo que me interesa y lo que no; ahora no es momento de meterme en problemas. Para evitarme complicaciones, como se suele decir, mejor sola que mal acompañada.

 

- No tienes de qué preocuparte, te lo digo yo, por nada tienes que preocuparte. Yo estaré apoyándote en todo lo que pueda -dijo el guineano de la Guinea Ecuatorial tomando de nuevo la palabra-, tú  serás mi protegida porque te quiero, me gusta tu forma de ser; eres maravillosa, una mujer preciosa y no piensas como la mayoría de las guineanas que conozco. Ya sabes que yo también tengo mis problemillas con mi matrimonio, pero te prometo que saldremos adelante, los dos juntos.

 

- Mira -tomó de nuevo la palabra la mujer con cierto tono de cansancio-, yo sé cuál es mi situación, sé en qué entorno vivo, yo sé cómo hablan los guineanos. Me llegan rumores aunque no salga si no es por necesidad, sabes.

 

Guineanos y guineanas hablan de mí como si yo fuera una arpía, que si me quedé en España sin acompañar a mi marido a Guinea para apoderarme de un hombre casado y con trabajo, que si me quedé en España para hacer de puta, que si soy una robamaridos...; sin embargo, aquí, en esta ciudad, todo se sabe entre los guineanos, todo el mundo sabe de qué cojéa cada quién, qué hace tal o cual persona; dónde estuvo este o esta otra anoche..., nadie puede decir que me haya visto en ninguna parte después de las siete porque debo estar pendiente de mis hijos que todavía son pequeños y vivo sola con ellos.

 

Tenía que ir a preparar la cena para los niños, la mujer se lo dijo al amante; este le hizo una seña al camrero quien se acercó presuroso a cobrar la cuenta de la consumición. La pareja se levantó; la mujer llamó a sus hijos, los reunió y se fueron en dirección al domicilio.

 

El guineano de la Guinea Ecuatorial estaba con ellos...

 

***

 

En la última escena de la última entrega, dejamos a la guineana maltratada bajando de un taxi en frente del edificio donde vivía su amiga, la chica ghanesa.

 

Lectores y lectoras recordarán que la sufrida mujer guineana volvía de las dependencias de la policía y de los juzgados de la localidad tras su detención por indocumantada, a pesar de que había sido violentada en la calle por su marido.

 

Pues,el mismo día que fue agredida en plena calle por su marido, la guineana maltratada le dio a  la  policía la descripción de su marido -quien había huído de la escena de la agresión-, y la dirección de su casa. Lo hizo porque los agentes del orden se lo exigían. Al parecer, hasta después de haber sido agredida en plena calle por su cónyuge, seguía siendo renuente en denunciarle.

 

Aquella misma tarde, la policía llegó al domicilio de la pareja, franquearon el portal principal cuando se indetificaron como policías tras pegar el dedo en alguno de los botones del tablero de timbres.

 

Los dos hombres subiero al piso en cuestión y llamaron a la puerta. Pero no respondía nadie; como era de esperar, el guineano de la Guinea Ecuatorial no estaba en su casa. No hace falta devanarnos los sesos por averiguar dónde estaría.

 

Aunque la policía tenía el teléfono del maltratador, para  no ahuyentarlo y provocar así una busca y captura interminables  de costes igualmente imprevisibles, no le llamaron. Eso sí, le tenía la policía ubicado gracias al  localizador GPS de su teléfono móvil. Sin una orden judicial previa, la bofía no podía ir a buscarlo en su guarrida; eso es, en el domicilio de la concubina.

 

Cuando en una noche fría, sin decirle a su amante adónde se iba, ya era más de medianoche, el guineano de la Guinea ecuatorial se puso una sudadera con capucha y una gorra de beisbol sobre su cabeza, se iba a su casa. Algo en su fuero interno le decía que no podía permanecer eternamente en casa de su amante sin volver a pisar por su domicilio. La ansiedad ya empezaba hacer mella en su ánimo.

 

El hombre caminaba mirando discretamente  por todos los lados, cualquiera diría que temía de algo, o es que reconocía haber hecho algo tremendamente imperdonable. La ciudad parecía toda dormida, se diría que los semáforos hablaban solo entre sí con los fantasmas; iba el hombre por callejuelas evitando las grandes avenidas: En algún momento se sobresaltó al virar por una esquina dado que casi se choca de frente con una anciana que venía tirando de un carro en plena noche.

 

Con las manos en los bolsillos, mi paisano alcanzó el portal y accedió al edificio.

 

Antes de coger el ascensor se detuvo en mirar si tenía alguna correspondencia. Ahí se encontró con lo que más temía, un aviso del cartero. Sabía que no esperaba ninguna correspondencia, pero, después del suceso en la Plaza Mayor con su mujer, no le cabía la menor  duda que le estarían buscando. Le echó un vistazo al aviso; en efecto, venía del juzgado de Primera Instancia número 7 de la localidad.

 

 

***

 

 

Entre tanto, mi compatriota, la guineana de la Guinea Ecuatorial, la mujer maltratada, se puso en contacto con su jefa, la cual le  reprochaba  no haberle puesto al corriente de todo lo que le sucedía.

 

Se culpó la señora por no haber podido hacer más para evitarle tales sufrimientos cuando empezó a sospechar que algo andaba mal en el matrimonio de su empleada.

 

La mujer le dijo a su empleada que no se preocupara; todo saldrá bien, le dijo (...)

 

Continuará

 

Bk.

 

El Muni

 

 

Ella es una mujer maltratada, residente en España, natural de la Guinea Ecuatorial. Decimosexta entrega.
Comentar este post